Las llamaradas de los últimos días alrededor de Quito han tenido un poderoso efecto simbólico. Sí, daría la triste y decadente impresión de que las llamas multiformes y multiplicadas son una especie de reflejos de la serie de pecados colectivos no expiados a los que nos enfrentamos como sociedad.
¿No sienten ustedes el ‘sentimiento’ de asfixia y ceniza rancia por doquier? ¿El país político no les tiene intoxicados al punto de suplicar por tanques de oxígeno, aunque sea momentáneos, para campear este temporal en el que el modelo unitario y vertical empieza a encenderse por los sitios menos esperados, con nuestra pasiva anuencia?
Es que nuestros incendios políticos, a diferencia de los que se suceden en los valles, no empezaron hace cuatro o cinco días, sino que llevan combustiones larguísimas, muchas de ellas previas a la gran iniciación ‘revolucionaria’ de los últimos cinco años.
Algunos dicen que luego del gran incendio (que por lo demás ya se va alargando mucho, ¿no creen?) vendrá el gran salto al futuro. Seguro no me explico bien, pues el momento refundacional se suponía que venía con la inauguración de la ahora ya prostituida y violentada Constitución de Montecristi. Pero no, resulta que hay quienes miran en la situación actual de inmenso poder concentrador, la semilla de un país próspero e institucionalizado a futuro.
Y claro, quién puede negar que en medio de los escándalos y el ejercicio autoritario, muchas instituciones funcionan mejor hoy que en el pasado y el país luce ahora (por la obra vial) mucho más en marcha que antes.
Pero resulta inverosímil pensar que en futuro cercano o lejano, este caos institucional controlado por una persona semiiluminada, pueda devenir en la construcción de instituciones sólidas y serias, que no olvidemos, fue la razón por la que nos embarcamos en el sainete revolucionario y mandamos a los diputados payasos en el ascensor. ¿O tampoco las instituciones son necesarias y basta que sigamos replicando el modelo de terror al mandatario de turno o embalsamemos a este, al estilo Evita, para que nos ponga orden para eternas memorias?
Y para ejemplo: ¿alguien cree con rigurosidad intelectual –y guardando las distancias– que después del reinado de Chávez, Venezuela llegue a la prosperidad, o por el contrario el caos se profundice?
Falta oxígeno aun cuando no hemos sido todavía avasallados por los motores electorales que reeditarán el montaje triunfalista de la teleología correísta frente a la dantesca partidocracia.
Por eso mientras pienso en la podredumbre de las firmas y en esa institución verde llamada CNE, así como en la inocente vida de Juan Serrano, perdida quién sabe a costa de qué, prefiero como decía Vicente Forte, refugiarme en mi exilio temporal: mi libro de turno.