El horizonte de lo que antes conocíamos como modernidad se desplaza. Los cambios que se han dado en los últimos años en el ámbito del arte, la literatura, las ciencias y la tecnología nos hacen pensar que la realidad es otra.
La ola de restauración que viene arrastrando a la humanidad pareciera no provenir del mundo de las ideas sino de los medios tecnológicos que ahora están a disposición de las personas. Las nuevas tecnologías de comunicación e incluso las redes sociales serían un factor preponderante.
Como nunca antes, la información está al alcance de miles de personas en cuestión de segundos. Lo que pasó esta mañana ya es pasado. El Twitter ha hecho que el flujo de información e incluso la interacción entre las personas sea más dinámico. Declaraciones, aclaraciones, datos, chismes, bromas… Lo importante es ser concreto, ir al grano. Son 140 caracteres para decirlo todo. El culto a la eficacia se hace patente en la forma de pensar y de expresarnos.
Sin embargo, la gran inquietud es saber si con todos estos avances estamos más y mejor comunicados, si somos conscientes de lo que nos pasa y si estamos más satisfechos con lo que somos.
Hecho un breve balance, da la impresión de que no todo es color de rosa. Hablamos pero no dialogamos. Existimos solo en la medida de cuántos contactos tenemos en el Facebook o cuántos comentarios recibimos de lo que expresamos. Las relaciones sociales están siendo reducidas a interacciones virtuales. Al igual que antes, estamos solos, insatisfechos y poco conscientes de lo que nos pasa.
Vivimos una hipermodernidad donde se produce un desvanecimiento del yo y del tú. La individualidad y creatividad del sujeto, cuando se manifiestan a través de las redes sociales, constituyen hechos residuales, vanos y triviales. Un yo y un tú que no pasan de expresar sus deseos más inmediatos, la pasión por superegos y su inclinación por el logro de la felicidad materialista e intimista. Los procesos de objetivación, aquellos que intervienen en la forma cómo nos constituimos como sujetos, están siendo alterados. La supuesta espontaneidad, autonomía y libertad de los individuos no puede escapar a la relación de sí mismo, de un yo que se convierte en objeto.
Ahora que potencialmente estamos más expuestos al contacto, interacción social y al acceso de información, creo que es fundamental reflexionar sobre el presente. Es cierto que como países latinoamericanos atravesamos por una realidad muy particular. No obstante, pese a las limitaciones, nuestras capacidades deberían ser volcadas a construir sentido en medio de las vicisitudes de la existencia y de esta difusa hipermodernidad donde prima generalmente la tecnología al mundo de las ideas.