‘E l fin de la guerra psicológica es destruir la moral del enemigo para lograr la victoria” dicen los expertos militares. Además anotan que tal tipo de guerra es el “uso planificado de propaganda y otras acciones de naturaleza psicológica con el fin de influenciar las emociones, actitudes, opiniones y comportamiento de los grupos enemigos… incluye todo aquello usado para influenciar la mente del enemigo, facilitando su derrota”… Según otros teóricos, la guerra no es sino el nivel más alto de la política, por lo que algunos estrategas políticos adaptan muchas de las lógicas y técnicas guerreras en la lucha política.
En la actual campaña electoral pareciera que se experimenta la ejecución de una suerte de “guerra psicológica”. En efecto, cierta candidatura hábilmente ha minado la moral de sus oponentes al hacerles creer y hacernos creer a todos los electores que prácticamente es la ganadora absoluta de las elecciones. Resultados hasta hoy: desconcierto, inmovilismo, falta de iniciativa y la pasividad de la mayoría de contrincantes; adhesión al ganador de los “indecisos” y oportunistas; triunfalismo ciego de los “ganadores”; y resignación y preocupación de todos los demás .
En los últimos d ías se ha desarrollado una nueva fase de la “guerra psicológica”. Se escucha por todo lado: “el ganador sigue creciendo en popularidad”, “es indetenible”, “en la Asamblea, que creía dudosa su ganancia, tendrá mayoría absoluta”. Los operadores de esta ofensiva son algunas de las famosas empresas encuestadoras, conocidas por su dudoso profesionalismo en tantas y tantas campañas de ayer. Sus voceros convertidos en verdaderos propagandistas de la candidatura “ganadora”, tienen las puertas abiertas en los medios oficiales, y, de no creer, también en gran parte de la denominada “prensa corrupta”, que sin un mínimo sentido crítico les hace el juego, convirtiéndoles en gurús frente al público y reproduciendo sus “sesudos” estudios e “incuestionables” conclusiones. De cuando en cuando se suman al coro algunos analistas ingenuos que todavía creen en los resultados de estas maquinarias creadoras de ilusiones a través de datos poco fiables.
El hecho es que la materia prima de las encuestadoras se transforma en dispositivos propagandísticos que construyen una realidad ficticia que al final del día, si no hay cuestionamiento de quien la recibe, se transforma en realidad real y concreta.
Entre el marketing y la guerra psicológica muere la política, el debate de ideas y tesis.
En estas últimas semanas de campaña se incrementará la guerra no solo psicológica, sino la sucia, impulsadas por unos y otros. Mirando el espectáculo están miles de votantes (voto oculto) que por miedo u otras razones no revelan a nadie su decisión (menos a un encuestador) ¿Habrá una gran sorpresa este 17 de febrero? Talvez.