El discurso de los candidatos en campaña electoral es muy parecido; cada uno se atribuye la posesión de todas las soluciones para los problemas nacionales y las propuestas de los adversarios son consideradas como ridículas, demagógicas o absurdas.
Uno de los candidatos, en una entrevista de radio, calificó a los demás como ciegos del alma, simplistas, mediocres, fundamentalistas, demagogos, politiqueros, desactualizados, irresponsables. Añadió que no entienden nada, que no saben dónde están parados, que no saben de lo que hablan, que causan vergüenza. Del candidato que habla del espíritu de Montecristi, dijo: entiendo que está dedicado al espiritismo.
El afán de los periodistas por contrastar las tesis que presentan los diferentes partidos, puede inducir a que los candidatos hablen mal de los contrincantes; pero más que eso se trata de una costumbre ecuatoriana de plantear todo en términos extremos. Parece imposible que un candidato reconozca algo positivo en otro. Cada uno se presenta como un sabelotodo, pontifica de todo y niega valor a quienquiera que se le oponga. Un candidato dijo, sin ambages, que su propuesta era la mejor propuesta en la historia del Ecuador. Esta conducta no favorece la democracia porque lleva a los ganadores a negar la participación constitucional de las minorías y a los perdedores a poner en duda la validez de los resultados.
Planteada la campaña en estos términos polariza también al electorado que terminará eligiendo una de las propuestas sin fundamento racional y, emocionalmente, le adjudicará la calificación máxima asignando cero a las demás propuestas. Ya tenemos un país dividido en el cual, la mitad desea prolongar indefinidamente la democracia vigente y la otra mitad espera que termine cuanto antes la dictadura.
En Madrid se ha hecho, según reporta el diario El País, el lanzamiento del libro “Gobernanza inteligente para el siglo XXI” de Nicolás Bergruen y Nathan Gardels, en el cual se contrasta la democracia occidental, en crisis, con la China oriental que tiene éxitos estruendosos. En las democracias occidentales, el poder tiene legitimidad pero no encuentra soluciones; la preocupación por la ideología y la popularidad le impiden alcanzar acuerdos de largo plazo. China, en cambio, ha tomado medidas de largo plazo y ha logrado tasas espectaculares de crecimiento, pero se enfrenta a demandas de transparencia, control del poder y libertad de prensa, propias de la democracia.
Los autores proponen, como solución, una civilización global que armonice la sabiduría de Occidente y la de Oriente, que busque la armonía en lugar de la competencia. Un equilibrio entre comunidad e individuo, libertad y seguridad, humanidad y naturaleza, apoyándose en lo mejor de los dos mundos. Qué bueno sería que el discurso de campaña nuestro buscara armonizar en vez de insultar.