En el artículo anterior me referí al origen de las sociedades sedentarias que, a la par que ejercían un poder interno necesario, requerían conocer a sus vecinos mediante la acción de acechar y observar sigilosamente. Ese novísimo e incipiente poder estuvo ejercido por mujeres y se llamó matriarcado, pero en etapa inmediata asumieron los hombres físicamente más fuertes. Ese esquema se vinculó a la necesidad expansiva que demostraron Imperios y Estados, como formas políticas de organización de las sociedades modernas. Iniciado el siglo XX el espionaje adoptó una doble posición: a) hacia afuera para conocer los planes expansivos y la tecnología de armamento; y b) hacia adentro para mantener la dominación política en la población, esto es, que el conglomerado social no difunda criterios contrarios a los proclamados por el gobernante y su entorno.
La primera experiencia que delineó el espionaje hacia adentro fue trazada desde la toma del poder por Lenin en 1917. La “dictadura del proletariado” pasó a Stalin en 1924, a la muerte de Lenin. Las glorias de la literatura hasta esos años se vieron frustradas, porque la creación de la nueva cultura debía situarse en la “era revolucionaria socialista”, asegurada por el espionaje interno. Ahogado el pensamiento libre, sin embargo surgió una obra maestra que cuestionó a esa cultura dirigida desde el poder. Fue la novela de Boris Pasternak “El doctor Jivago”, por la cual la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura en 1958. Es la historia del médico que durante 30 años de dictadura de Stalin, frustró sus sueños que incluyeron la separación física de Lara, el amor de su vida. Esta obra inspiró a Alexander Solzhenitsyn para escribir su experiencia de ocho años en campos de concentración en “El archipiélago Gulag”, por lo cual el fiscal de Moscú ordenó prisión. También recibió el Premio Nobel en 1970.
El segundo espionaje surgió en Italia con el fascismo mentalizado por Mussolini desde su llegada al poder en 1922. La gloria del cine Federico Fellini, director inmortalizado en la película “La dolce vita”, afirma: “Viví la terrible época de un país cerrado, una nación aprisionada por la más absoluta falsedad. La horrible mentira nos hizo creer durante 20 años que éramos la gente más guapa y perfecta del mundo. Cuando cayó descubrimos nuestro propio país”.
El tercer ensayo firme, que combinó los espionajes internos con el externo, fue de Hitler, en 12 años (1933-1945), y ha sido conocido en el mundo porque implementó los campos de concentración en su territorio, y los extendió a países vecinos como Polonia y Checoslovaquia. El ghetto de Varsovia es el testimonio evidente al situar en un barrio de esa capital a la población judía, y los seis millones de judíos muertos nunca serán olvidados. Siglas del espionaje interno: KGB en la URSS, la Gestapo en Alemania, y los servicios secretos del Gran Consejo Fascista.