Estos son tiempos de cambios muy rápidos donde la dinámica de la sociedad está constituida por la capacidad de reinventarse de manera permanente. De ahí que el gobernar también implique una respuesta a la demanda de una sociedad que vive con una tecnología que representa más que ninguna, toda una metáfora de la sociedad actual, el Gobierno, el poder y los cambios. Seguir echando mano a los mismos “demonios e imperios de siempre” representa por lo menos una falta de originalidad y un desgaste notable por parte de gobiernos y gobernantes.
La elección de legisladores en la Argentina y la caída de la popularidad de los líderes demagogos en la región constituyen una prueba que la retórica del cambiar para no cambiar nada, representa ante los ojos de la ciudadanía un gatopardismo que no se compadece con las necesidades de originalidad que reclaman los mandantes. Se gobierna con el retrovisor, cuando la sociedad desea entusiasmarse con un futuro demasiado incierto para seguir anclado en un presente que solo busca por años la misma revancha. Re crearse no es fácil y mucho menos desde el poder donde la percepción de saberlo todo domina con frecuencia al gobernante que generalmente se rodea de abyectos y cortesanos que no se animan nunca a decirle que “está desnudo”, que necesita reinventarse.
La particularidad de estos tiempos radica en cómo hacerlo desde la única perspectiva que realmente importa: la gestión del Gobierno. Hacer lo que se requiere y con eficacia. Dejar a un lado la impronta de la corrupción y abandonar el discurso grandilocuente y agresivo que se solaza solo en atacar e identificar mitos y leyendas en torno a los que pretenden apartarlo de la comodidad de gobernar. Hoy deberíamos en América Latina concentrar los esfuerzos de juzgar a los mandatarios en función de lo que hacen en beneficio de la gente y no en relación a lo que dicen. Utilizar una unidad de medida que responda a los parámetros de demandas de una sociedad que inequitativa, pobre, domesticada y muchas veces insultada en su inteligencia por gobernantes prepotentes a los que parece que la única forma de gobernar es atacando e insultando.
Las acciones de los gobiernos deben ser medidas y evaluadas de manera continua de manera tal que el desencanto de gestión no pueda ser sepultado por la amenaza vocinglera que generalmente es usado como recurso por el gobernante de turno.
No deberíamos comernos los amagues como se diría en la jerga futbolística. Saber con exactitud en el sentido y la acción de los gobernantes puede llevarnos a madurar en estas democracias hoy favorecidas por el crecimiento económico pero muy distante aun del desarrollo social que ambicionan grandes sectores de nuestros países. Una actitud refractaria hacia la retórica del conflicto es un primer paso. Luego, medir los resultados de gestión permitirá separar los demagogos de los anagogos.