¿Q ué piensa ese estudiante que a nombre de la “meritocracia” no pudo ingresar a la carrera que quería ya que en la prueba de ingreso a la universidad le faltó algunos puntos? ¿Qué siente al recordar la implacable actitud de las autoridades que a más de tratarle como tonto y de estigmatizarle socialmente, le hizo responsable de un sistema educativo que le formó mal y que nunca le preparó para la famosa prueba? ¿Qué experimenta al constatar que, como si fuera poco, le cambiaron el sentido de su vida. Quería ser médico y le propusieron un cupo para cualquier otra profesión en una universidad ubicada en una provincia distinta a la de su domicilio? ¿Cuál será su reacción luego de enterarse que altísimos funcionarios y candidatos del Gobierno que tanto le ha exigido son denunciados de supuestos plagios o de poseer títulos a través de tesis de grado de una supuesta-dudosa idoneidad académica? ¿Cuál será su voto recordando episodios tan traumáticos y desagradables? Lo sucedido en estas semanas respecto a los escándalos académicos trasciende el mundo de las aulas. Es una lección de vida para todos, especialmente para aquellos que impulsan reformas aplicadas con tanta temeridad.
“Con la vara que mides, serás medido” dice el sabio y viejo adagio… Y eso es lo que está pasando en estos días, cuando el tema de la “meritocracia” se filtró por todo el tejido social y cultural del Ecuador. La sociedad del eficientismo, de las notas y de los PhD se cae a pedazos. El fetiche del título para valorar a una persona se viene al suelo cuando aparece el tema ético de por medio. ¿De qué sirve, dice la gente, un título rimbombante si el personaje es pillo, maltratante o falsificador? De hecho lo que está sucediendo es interesante. Establecer y aplicar reglas que eliminen los compadrazgos, palanqueos, redes familiares, clientelismos y que privilegien los méritos de la persona para el acceso a alguna función pública o privada es una buena idea. Sin embargo, ¿cuáles son los méritos?, ¿quién los determina? Ciertamente, el concepto “mérito” debe estar definido y amparado en un enfoque de derechos, en la ética y en parámetros técnicos y de eficiencia. De tal suerte que para determinadas funciones el título puede o no ser importante, pero lo es la idoneidad ética, la experiencia y otras consideraciones profesionales y de principios.
De no mediar estos parámetros, la “meritocracia” se torna en un mecanismo de exclusión, abuso y discriminación. En un recurso que recrea del viejo darwinismo social de inspiración nazi–fascista.
Por otra parte, cabe también debatir si la “meritocracia” guarda relación con el concepto constitucional del derecho a la educación.
De cualquier manera es interesante todo lo que acontece. Permite evaluar determinadas reformas y sus consecuencias en las urnas.