Los quiteños y sus amigazos chagras -algo más de 100 000 que vivían en los altibajos de las calles y cerca de las quebradas- casi no creyeron cuando les llegó la noticia de que un avión aterrizaría en un potrero de La Carolina, en el norte de la ciudad. Los periódicos EL COMERCIO y El Día confirmaron la noticia y hasta dieron el mes y el año para el suceso. Noviembre de 1920. Bueno, el automóvil ya había pitado en las calles en 1901 y el tren en Chimbacalle en 1908, todo con mucho atraso respecto al resto del mundo, pero ¡un avión! Parecía mentira que un aparato semejante traspusiera las montañas y llegara a la capital de las nubes. “Nos fundaron en un páramo y todo nos llega años más tarde. Veamos si es cierto que Quito se incorpora a la aviación”, comentó el sordo Piedra y sus compañeros, los futbolistas primarios del Sport Club Quito, asintieron. “Veamos si es cierto”.
Tres quiteñazos, dueños de hacienda y viajados, tuvieron una reunión secreta para comentar el insuceso. “Viene un avión italiano-guayaquileño. Esta historieta no nos gusta. Se va a llamar Telégrafo I. Traigamos nosotros un avión que se llame Quito 1. Ahora se venden aviones y pilotos baratos en Europa. Pongamos una plata y demos el gran golpe unos días antes. Manos a la obra”. Pedro Freile, Salvador Bucheli y Rafael Tobar entraron en acción. Habían recibido una propuesta interesante y reunieron los sucres para adquirir un avión Spad, construido en Francia y que salió ileso de la temible Primera Guerra Mundial, terminada en 1918. Lo trajeron en piezas, en un barco que partió de Marsella, dio la vuelta por el estrecho de Magallanes, subió por el Pacífico y llegó hasta el muelle de la Libertad, en el Ecuador. Todo calladito.
Los Castillo, ambateños que se habían radicados en Guayaquil, comandados por Abel, se frotaban las manos por su éxito al comprar el periódico El Telégrafo, fundado en febrero de 1884 -hoy estatal, el más antiguo del Ecuador- y dieron otro paso. Compraron también el avión italiano Macci que les ofreció el piloto Elia Liut, quien vino al Ecuador acompañando a su diminuto diplano (dos alas), que le había obsequiado el Gobierno de su país. El Telégrafo I fue sensación en sus primeros vuelos y llegó hasta Cuenca. Finalmente, se anunció el gran suceso para Quito.
Los tres quiteños tuvieron un problema. Sólo les llegó -de apuro- el avión Quito I pero no el piloto. Para ganarle al rival ítalo-porteño quisieron usar un piloto capitalino graduado en Chile, Pedro Traversari, pero el Ministerio de Defensa no les dio autorización para traerle porque la nave no había sido probada y podía registrarse una tragedia. ¡Qué barbaridad! El 28 de noviembre de 1920, “todo Quito” se instaló en la hacienda La Carolina, en cuyo potrero aterrizaron triunfalmente Elia Liut y su nave. El 31 de diciembre, los perversos quiteños quemaron un miniavión como año viejo. Decía: Quito 1.