Nicolás Maduro afronta la crisis del papel higiénico. Los venezolanos están indignados. Han debido importar urgentemente 50 millones de rollos por temor a desórdenes populares. Nadie sabe por dónde puede comenzar una rebelión popular. (Es la primera vez que se convocaría a las barricadas a muchedumbres sentadas).
Yoani Sánchez, siempre muy práctica, sugirió que pidieran a Cuba una edición diaria del periódico Granma. Los cubanos hace medio siglo lo utilizan. Nadie toma en serio su contenido, pero saben que el continente soluciona un problema generalmente cotidiano.
Es verdad que cuando la tinta tiene demasiado plomo, o la textura es muy áspera, la zona se resiente y pica, pero el Régimen lo justifica como consecuencia del bloqueo de los pérfidos gringos.
Es esta una oportunidad magnífica para convertir el revés en victoria. Aunque el socialismo provocase la escasez de papel higiénico, el sistema también atenúa las consecuencias.
Según los cálculos del Ministerio de Planificación, dada la ingestión, digestión y deyección de fibra prevista para el próximo quinquenio, es posible que en 2018 bastará un confeti para que cada venezolano mantenga gloriosamente resplandeciente el orificio de salida. Antes de esa fecha, Fidel Castro, si persiste en sus ensayos genéticos, podría haber resuelto el problema con un hombre nuevo que, además de parecerse al Che en sus valores morales, nacerá con un aparato digestivo modificado para solucionar ese urticante problema.
¿Por qué faltan el papel higiénico, el pollo, la leche, la harina para arepas, el jabón y así hasta el 21% de los productos consumidos en Venezuela? Maduro culpa a los acaparadores y a los canallas productores para perjudicar a su gobierno y generar la insubordinación popular. En realidad, la culpa está en la planificación y asignación artificial de los precios. Se lo advirtió Ludwig von Mises a Lenin en 1921 en varios artículos, luego reunidos en el libro ‘Socialismo’. Los burócratas, por instruidos que sean, no pueden decidir qué, cuánto o cuándo, debe y quiere consumir la sociedad.
No hay mejor mecanismo para construir la prosperidad y abastecer a una sociedad, que las decisiones que toma el consumidor con su dinero. Es absurdo decidir arbitrariamente los precios. El precio es el lenguaje del mercado. Mientras más variada y copiosa sea la oferta, menores serán los precios porque la competencia será más intensa.
Si Estados Unidos hoy disfruta de una de las economías más “baratas” del planeta, es porque existen cuarenta marcas de papel higiénico compitiendo en precio y calidad para conquistar al consumidor.
Hasta ahora, no hay otra manera más eficaz de sustituir el libre intercambio entre productores-comerciantes-consumidores, que los precios y la competencia. Milton Friedman solía decir que si un Gobierno planificador estuviera al frente del Sahara, al cabo de pocos años tendría que importar arena. Además del papel higiénico, claro.