La noticia de que el Consejo de Educación Superior intenta reemplazar la tesis de grado por otro tipo de trabajo ha causado gran revuelo. Y no es para menos. Se trata de uno de los grandes motivos de desvelo de la vida universitaria y, en muchos casos, de la vida profesional: no hay cifras, pero el egresado promedio se tarda entre uno y dos años y medio en hacerla, en un contexto en el cual solo egresa el 40% de quienes ingresan a estudiar.
Me cuento entre quienes tuvieron que invertir un buen tiempo y unos buenos esfuerzos post-universitarios en la elaboración de la tesis, pero no por eso comparto la frustración por el anuncio de su posible eliminación y que se basa en este argumento: si a unos nos ha costado sangre, sudor y lágrimas cumplir el requisito, ¿por qué ahora otros profesionales no tendrán que vencer tan duro escollo? Tampoco me invade la indignación de quienes se sienten ofendidos por los resultados del muestreo hecho por un organismo cuya incidencia en la universidad es proporcional al tamaño de su nombre, la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Senescyt). Nada menos que el 54% de 606 tesis o trabajos de titulación revisados contiene entre el 11% y el 100% de coincidencias bibliográficas.
Se estima que a partir del 10% de coincidencia hay posibilidad de fraude o deshonestidad académica, un tema espinoso no solo para el común de los mortales sino para lo más encumbrado del poder político.
La propuesta de eliminar el requisito será tratada en breve junto a otros cambios, y forma parte de una amplia reforma universitaria con muchos aspectos positivos, pero que no escapa al afán controlador que hoy rige muchos aspectos de la vida nacional. La autoridad ha expuesto varios razonamientos encaminados a reforzar la idea de que no tiene sentido seguir haciendo la tesis, pero el asunto de fondo es para qué sirve una tesis.
Desde luego, la tesis no sirve si no ayuda al estudiante a hacer un esfuerzo sistemático por estructurar su pensamiento. Se supone que el objetivo principal de la universidad es ese y se supone que una tesis, bien dirigida y bien planteada, sirve para explorar de modo metódico una parcela de la realidad, para analizarla a fondo, para elaborar una hipótesis de trabajo y cumplir una metodología de investigación, y para sacar conclusiones. Un futuro profesional incapaz de enfrentar un reto de esa naturaleza probablemente no será capaz de enfrentar proyectos intelectuales más grandes.
La realidad, sin embargo, es otra. Entonces lo que queda es sustituir la tesis por un trabajo que aporte a la estructura intelectual del estudiante. La otra vía es más modesta aunque no tiene los ribetes que se le quieren dar a la gran reforma: rescatar la tesis haciéndola parte del pénsum desde los primeros niveles, para que el estudiante tenga tiempo, fuerzas y apoyo suficiente en tan importante tarea.