Octavio Paz (1914-1998) constituye, en sí mismo y por varias razones muy largas para exponer en una columna, una irresistible invitación a no dejar los placeres de la lectura, a hurgar en las provocaciones de la reflexión, a escrutar, tras cada frase, en cada palabra, los antecedentes más remotos de la historia del pensamiento crítico, los orígenes del idioma, las vertientes de cada deliberación. Octavio Paz era un intelectual redondo, minucioso e independiente.
Es que Paz, aparte de un polemista a la vez penetrante y sensato, respetuoso y frontal, de un poeta cuidado y detalloso, era un prosista de envidia y un argumentador de alto voltaje. Es que quizá con la excepción de George Steiner -posiblemente el sabio vivo más vigoroso y profundo – Paz encarna la composición perfecta entre el discutidor siempre con bagaje y con razones válidas y el escritor preciso y persuasivo. Es que Paz, finalmente, siempre armonizó su inteligencia diamantina con sus propios masajes al idioma: la idea y la lengua, la combinación más poderosa de todas.
Pocos han superado a Paz como expositor e impugnador de tesis y explicaciones: leerlo y volver a sus textos es como escuchar a uno abogado, viejo y ducho pero que no ha perdido ni un centímetro de su sagacidad, dirigirse a un tribunal o a un jurado (que queda embobado). Cada defensa de Paz, parece mil veces masticada y digerida, pasada por el tamiz de mil lecciones reflexivas, y, al mismo tiempo, transmitida con toda la luminosidad que se pueda pedir. Cuando se lee a Paz se siente como si él mismo te conversara, como si fuera portador de la voz de los grandes escritores, que Christopher Hitchens, incluso cuando veía a la muerte a los ojos, describió de la siguiente manera: “El más satisfactorio cumplido que un lector puede dar es que él o ella se sienten personalmente aludidos. Piensen en sus autores favoritos y fíjense si este no es precisamente uno de los aspectos que los atrapan, a menudo de primeras, sin que ustedes lo noten. Una buena conversación es lo único humanamente equivalente: la compresión de que argumentos decentes han sido producidos y entendidos, que la ironía está en juego y en producción, y que una expresión aburrida y obvia sería casi físicamente dolorosa. Es así como la filosofía evolucionó en los simposios, antes de que fuera reducida a escrito. Y la poesía empezó con la voz como su única fuente y con el oído como su único modo de grabación. De hecho, no sé de ningún buen escritor que fuera sordo.” Y para terminar, no hay que olvidar que Octavio Paz tenía una particular admiración por el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade (otro esteta y hombre civilizado). Lo describía así, con su ingenio y discernimiento inmemorial: “Tenía ojos en las manos y todo lo que tocaba se transformaba en imagen…ve al mundo con una melancolía que combina la lucidez con la resignación de los hombres del altiplano.”