Pareciera que nos iba mejor durante la Guerra Fría en que todo era cuestión de culpar de todo lo que nos pasaba a los adversarios o modelos políticos existentes: el capitalismo y el comunismo. Ahora que estos últimos intentan reinterpretarse en ese parque Jurásico que se llama Cuba y los primeros no logran entender cómo vivir con una fortuna económica pero rodeada de gente pobre y sin oportunidades. Debemos echar mano a la verdad, nos hemos venido mintiendo de manera reiterada que hoy nadie cree en el discurso político y menos en sus proponentes. La hipocresía domina el escenario de las relaciones entre países, a la región le crecen los proyectos de integración al tiempo que muestran su esterilidad en la práctica. El escenario de los conflictos internos tiene hoy su prolongación en cumbres que no arrojan nada nuevo más que unas fotos con manos alzadas de los presidentes que nunca sabremos si es capitulación ante la realidad que administran o clara hipocresía a las declaraciones sin sentido.
Retornar a lo que somos no es una mala idea. Administrarnos en proporción de lo que en realidad vivimos reflejará nuestra deseada madurez y en consecuencia podríamos acometer la tarea de administrar los conflictos con rigor y seriedad que es lo que finalmente desean los mandantes. Por el contrario, la actitud de perdonavidas, soberbia y altanera buscando enemigos donde no existen es sacarle seriedad a un trabajo de servicio del que pareciera la política se encuentra muy lejano. La figura de personajes como la Presidente argentina agobiada por la realidad, que decide conciliar su Gobierno con ella rebajando los subsidios de servicios públicos al tiempo de contar los números reales de la economía puede ser un buen comienzo si no termina diciendo que “ella se consideraba la madre de todos los argentinos”. Nuestros políticos se creen más de lo que son y ese es un defecto muy grande que habría que corregirlo solo desde la realidad que como espejo retorna al que se observa la verdadera dimensión de la persona y la proyección del personaje que muchos no termina jamás de sacarse de encima el disfraz y el libreto.
La dimensión de América Latina concentrada en lo que es, con valores incluso muy admirados en el mundo, tendría que imponerse sobre esa ficción que muchos mandatarios han creado como mecanismo perverso de mantenerse en el poder y hacer perder oportunidades a sus pueblos. Y esta tal vez sea la demostración de la corrupción más terrible que han tenido que cargar nuestros países.
La verdadera inspiración tendría que venir de aquellos que decidan convertirse en estadistas dejando a un lado la terrible debilidad de hacer del poder no una herramienta al servicio de otros sino un espacio donde enjuagar debilidades, odios y resentimientos. Si al menos hicieran eso… la patria se los agradecerá eternamente.