Corrían los años 90. Una noche llegué, fatigado, al hotel de Tena. En el salón principal festejaban ruidosamente el cierre de algún congreso de trabajadores eléctricos. Comí algo y me fui a dormir, pero avanzada la noche oí golpes en la puerta. Me levanté a abrir. Un sindicalista absolutamente borracho, en calzoncillo y BVD, me preguntó gangoso: “…¿ha visto el cuarto… número 5?”.
A pesar de todo, es más fácil que ese sindicalista halle el cuarto que se le perdió, que alguien encuentre dónde está la izquierda en la Asamblea Nacional. Con la derecha es más sencillo; tiene sus matices, claro, pero suele estar donde corresponde, en la derecha; son sectores de la llamada ‘izquierda’ los que a veces la sobrepasan y se vuelven mas papistas que el Papa, como cuando el Gobierno correísta armó un escándalo contra la despenalización del aborto. Sí, esa es una de las características de los populismos de izquierda: que pueden cambiar de posición sin despeinarse. O pueden ubicarse en ambos lados al mismo tiempo.
Durante la Guerra Fría, en cambio, el asunto era más claro: la izquierda estaba representada por la Unión Soviética, sus satélites y los partidos comunistas de todo el mundo, cuya ideología era un marxismo–leninismo de manual y cuya línea política venía dictada desde Moscú.
A fines de siglo, el sindicalista que golpeó a mi puerta todavía habría encajado en la izquierda grosso modo, junto con Pachakutik, mientras en la derecha reinaban Febres Cordero, su partido y la Democracia Popular. El populismo pescaba de todo, como acostumbra, pero el centroizquierda y la tendencia socialdemócrata estaban representados por la Izquierda Democrática, que había sido Gobierno, ganaría luego la Alcaldía y terminaría entregándose en cuerpo y alma al correísmo. Hoy, pasado el hervor de una hábil campaña en Tik Tok, los naranjas no son ni chicha ni limonada. Como no lo son los otros.
Sin ideologías ni partidos ubicados sólidamente en el espectro político, con una crisis económica agudizada por la pandemia y una Asamblea que es el ejemplo supremo de la descomposición política, según los últimos datos del Latinbarómetro, Ecuador ocupa el último lugar, con solo un 10% satisfecho con la democracia y un 54% que apoyaría a un Gobierno no democrático “si resuelve los problemas”.
Para más inri, la discusión sobre el impuesto a la clase media mostró con datos oficiales que somos un país más pobre, donde el 95% de la población gana menos de 1.000 dólares. En ese contexto, se entiende que a la gente le importen cada vez menos ideologías y partidos y tenga una pésima opinión de la ‘clase política’.
Si el Gobierno no hace algún milagro, el escenario estaría listo para que surjaun nuevo mesías, tipo Bukele, o un producto de las redes, tipo Franco Parisi, y que Diosnos coja confesados. Perdón, vacunados.