La práctica de colocar a personas con nexos familiares en la alta cúpula gubernamental reproduce viejas escuelas. Es frecuente en gobiernos de tono populista en el país y suele ser recurrente en los caudillismos latinoamericanos.
El sistema es diverso. En unos casos es mediante nombramientos en el Gabinete ministerial y en cargos de alta responsabilidad. También es habitual que las listas de candidatos muestren a personajes del mismo apellido o a parientes cercanos. La práctica de llegar con parientes e instalarse en el poder es un símbolo inequívoco de inmadurez y se reproduce en países donde el sistema político e ideológico partidista muestra debilidades.
La justificación de los gobiernos suele ser la necesidad de tener a gente de su confianza, lo que parece un sofisma que la propia práctica actual rompe cuando en el seno de una misma familia se muestran fisuras que han rayado en descalificaciones personales y duros epítetos.
El recambio en el Gabinete del Gobierno actual, precedido de la proclama en tono de arenga de “renovarse o morir” que lanzó por las redes sociales el Presidente, reproduce aquel recambio de piezas y la supuesta renovación no es sino el reciclaje acostumbrado de una serie de “especialistas” en distintas ramas del saber humano.
Pero además, el ‘nuevo’ Gabinete ahonda el vínculo de hermanos influyentes en la cúpula del poder, de parejas en distintos ministerios, ni más ni menos que lo ocurrido en el pasado con gobiernos tan criticados por esa práctica como los de Abdalá Bucaram o Lucio Gutiérrez.
Ni la fidelidad al ‘proyecto’ ni las destrezas exhibidas ni la proclama de gobernar para todos justifican los nexos de familia encumbrados a la escena de la política nacional.