Con Carlos de la Torre uno se puede pasar horas hablando de populismo. Es el tema que trata como sociólogo y profesor de la Universidad de Florida, sobre el que publica varios libros y del que se ha convertido en un referente de estudio. De hecho, está estrenando un volumen: ‘Global Populisms’ (Populismos globales), en coautoría con Treethep Srisa-nga.
A usted, Estados Unidos le llegó por casualidad.
Mi hermano pequeño tenía un linfoma en el pulmón y el médico que lo veía dijo que tenía que ir a Estados Unidos porque parecía cáncer y aquí tienen tratamientos experimentales. Me tocó acompañarlos. La verdad, jamás tenía pensado venir. Estaba en la U. Católica y si me hubiera querido ir a algún lado habría sido a París a estudiar Sociología. Era el sueño de adolescente, porque tampoco hice nada por ir a París.
¿Qué le seducía de París y por qué nunca hizo nada para llegar?
Miento. Sí hice algo: estudiar francés. Es hasta donde llegué. Me imagino que si eras de izquierda, no querías ir al imperio. Tenía esa idea mítica que en París es donde estaba todo y podía aprender a ser de izquierda.
Pero le tocó Estados Unidos…
En Estados Unidos me di cuenta que la sociología no tenía que reducirse al marxismo, y que podías tener un diálogo con otras corrientes y eso era más creativo. Hubo muchos silencios del marxismo y necesitaba otras fuentes de conocimiento. En la Católica, lo que queríamos los estudiantes era leer ‘El Capital’.
Y los libros de Marx se subrayaban como cristianos la Biblia…
¡Claro! Es que ese marxismo era una especie de reemplazo de la religión. Era una fe que daba una serie de respuestas a cuestiones existenciales y la forma de traer el paraíso a la Tierra.
¿O sea que siempre vamos a necesitar de una religión?
¡No! Después me di cuenta que no. En mi caso, fui torturado por los salesianos durante ocho años. Después, un año en España con el Opus Dei. Luego ya pude pasar a un colegio mixto y laico por dos años. Y me gradué en el Benalcázar. Llega el momento en que te separas de la religión por una serie de razones, entre ellas joder a mi madre (se ríe) y para ser un individuo. Para mí fue la otra fuente en que había todas las respuestas. Al principio fue un marxismo muy primitivo, basado en lecturas que no entendía mucho. Después, cuando quería hacerme el científico leía cosas como el ‘Manual de Economía Política de la URSS’, porque era clarito. ‘El Capital’ digerido para bobitos (se ríe).
¿Y EE.UU., qué le ofreció?
Lo interesante fue el posgrado de The New School. Vi que el marxismo no servía para entender una serie de cuestiones, como raza, género y, sobre todo, la democracia. Venían profesores visitantes disidentes de Hungría, de Polonia. Era interesante que desde la misma izquierda empezaran a pensar la democracia. Era el tiempo del debate sobre las transiciones en Latinoamérica: qué tipo de democracia y el valor intrínseco de esta como un proceso inacabado…
¿Inacabado o devaluado?
Desgraciadamente está devaluado, pero sí veo un horizonte, como una utopía que se tiene que seguir construyendo, sobre todo ahora en que la democracia está siendo atacada por los populismos, y de manera asustante por los populismos de derecha. Para mí sigue siendo lo único que te permite tener, a partir de sí misma, las libertades que son básicas, como la de asociación, pensamiento, etc. o que la gente se organice, que haya debate en la esfera pública, que te defiendan del poder del Estado, de alguna manera resistir el poder de las corporaciones económicas. Es una especie de utopía más realizable que las otras, porque son valores esenciales. Las libertades no son negociables.
Se le ve crítico al populismo de derecha, pero no al de izquierda…
Uno habla desde donde está. Después de cuatro años sufriendo el trumpismo y la angustia por su posible regreso, estoy obsesionado con el populismo de derecha. Pero eso no quiere decir que la alternativa del populismo de izquierda sea una alternativa para el populismo de derecha.
¿Hay un uso indiscriminado del término populismo por aquellos que, si se los escucha bien, también son algo populistas?
El único lugar del mundo donde se usa la palabra populista con un sentido positivo es Estados Unidos, por herencia del People’s Party, del siglo XIX. Pero mayormente es usado como un insulto para descalificar a todo lo que nos molesta por irracional, sean políticas económicas, por los sectores populares que votan con sentimientos y no con su inteligencia o cualquier forma de autoritarismo. Y hay gente que hace su vida promoviendo todos estos ataques al populismo y escondiendo detrás visiones totalmente conservadoras.
¿Qué tal es trabajar apasionadamente por un tema que en el fondo le choca?
Debe ser la herencia católica masoquista (risas). Depende del líder populista. A Velasco Ibarra no le podías querer, pero era tan maquiavélico y divertido. Bucaram durante un tiempo me divirtió mucho. Y más que nada ver la recepción de eso. Estaban seguros de que no era el líder de los pobres, pero insultaba a los oligarcas. A Correa era difícil seguir por su arrogancia académica. Trump es algo espantoso. No solo estudio al personaje sino las condiciones que hacen posibles esos personajes que me parecen peligrosos para la democracia.