Con la proliferación de cámaras de control de tránsito, del 911 o de sistemas privados de vigilancia, todos podemos ser espectadores de momentos conmovedores, de la violencia, el delito y la muerte. Con mucha más asiduidad de la que nos gustaría se comparten accidentes de tránsito, asaltos, robos, asesinatos. Esa frecuencia tiene un doble impacto, sentimos miedo e inseguridad, pero, de cierta forma, parece que empezamos a insensibilizarnos, a asumir que así son las cosas, que pasa y podría pasarnos en algún momento; confiamos que nosotros o los nuestros no seamos los próximos; de cierta forma exculpamos a los que están obligados a tomar medidas, porque así mismo es ahora.
Pese a la repetición de los hechos, en ciertas ocasiones las imágenes son tan fuertes que es imposible sustraerse de ellas y dejar de pensar lo que significan. Una pareja camina por una calle transitada de la ciudad de Quito, se detiene una moto, baja una persona y, de forma violenta, trata de quitarles su dinero -menos de setecientos dólares- que retiraron de un banco minutos antes; intentan evitar el robo, a su lado pasan vehículos; un bus se detiene por un momento pero sigue su viaje; nadie hace nada mientras la escena se prolonga; la mujer cae al suelo y no se mueve más; el ladrón sigue forcejeando y golpeando al hombre que opone resistencia, mientras el conductor de la moto espera con tranquilidad, solo se mueve unos pocos metros para estar a la altura de su cómplice; los asaltantes parecen no tener miedo de que la gente actúe; finalmente, logran arrebatar el dinero y escapan, mientras el hombre desesperado se acerca a la mujer, muerta de un disparo.
Poco tiempo más tarde, nuevas imágenes; un oficial de la Policía cuenta una versión de lo sucedido: la pareja retiró dinero de un banco, la pensión de jubilación se dice, caminaron varias cuadras, fueron “interceptados”, les robaron y un tiro se le “escapó” al asaltante. La mujer, de unos sesenta años, cayó fulminada. “No hacen uso del servicio gratuito que brinda la Policía Nacional, que es el acompañamiento cuando hacen retiros de diferentes entidades bancarias”. Con sus palabras culpa a las víctimas. ¿Cómo no se les ocurre pedir resguardo? ¿Cómo caminan con dinero? Todo el que retira dinero requiere de escolta policial, si le roban es su culpa.
Las declaraciones del oficial son decidoras, acepta que la delincuencia les ha superado y que para no ser víctimas de ella debemos tener un policía a nuestra espalda, parecen no saber cómo abordar y prevenir esa violencia creciente, están desbordados.
En estos días se dieron a conocer algunas medidas económicas Se dirá, y con razón, que muchos delitos están vinculados a la pobreza y que mejorar las condiciones económicas es una respuesta. El debate ha iniciado y desconocemos si cuentan con una estrategia para enfrentar el delito y la delincuencia; porque frente a la magnitud del problema, sacar militares a las calles y aumentar presencia policial, son placebos para apaciguar la conciencia de la inacción.