Creo conocer un poco el humor quiteño. Pero detesto lo “políticamente correcto”, por ser encubridor de los nombres propios y llamar al pan, pan y al vino, vino. Vamos llegando a una sociedad que miente para “no doler”. Es como el uso abusivo del diminutivo en el habla coloquial. Ese miedo a expresar lo que verdaderamente sentimos o pedimos.
Pero eso de escuchar como campaña el “Sesenta y piquito” (creo yo) ya es tomadura de pelo. ¿Por qué no decir también “sesenta y el iva”? Hay temor de sentirse viejo. De las arrugas, de las canas, de las desmemorias y caemos en la ridiculez de vestirnos y de actuar como jóvenes. ¿Acaso tiene indignidad la vejez? Aquello de la tercera edad o “adulto mayor” suena a pena, conmiseración de los que se consideran jóvenes. Quisiera que nos traten con respeto. Ser viejo o llegar a los sesenta o setenta es normal. ¿Por qué edulcorar groseramente esta etapa gozosa de la existencia?
Bien decía la escritora Cecilia Velasco: “quizás se debería hablar más de orgullo, dignidad, autoestima, individualidad, autonomía. Los viejos y las viejas son los padres y abuelos, cuyas lecciones -algunas épicas- honramos y de cuyos errores tendríamos que aprender para hacer la cosa mejor”.
Quizás nuestros gobernantes (Presidente, Alcalde, asambleístas) piensen que llegarán a nuestra edad y no querrán ser tratados con “piquitos” o “jurásicos” por darse a graciosos.