Desde mayo del año pasado, el precio del diésel ha subido en 50%, pero “los precios” han bajado. Explicar esa aparente contradicción es una oportunidad de oro para analizar temas de oferta y demanda y la estructura de la canasta familiar.
Porque hay que arrancar con la estructura de la canasta familiar que usa el INEC para calcular la inflación, donde están 359 productos con sus respectivos precios para nueve ciudades del país. Obviamente cada producto tiene su ponderación y no debería resultar una sorpresa que la familia promedio en el Ecuador destine mucho más dinero a la compra de “almuerzos fuera de casa” (más de 6%), de lo que destina a “adquisición de duchas eléctricas” (menos de 0.009%).
Según los cálculos del INEC, basados en la última Encuesta de Hogares que se hizo a más de 150.000 personas, el hogar promedio en el país destina sólo el 0,05% de sus gastos a la compra de diésel. De manera que, a pesar del importante aumento del precio de ese combustible, su peso es limitado.
Mientras tanto, entre mayo 2020 y julio 2021, el resto de la canasta (el 99,95% del total) tuvo una reducción en su precio promedio, pues cayó en 1%.
De esa manera, por más fuerte que sea el aumento del precio del diésel, el resto de la canasta arrastra el total hacia abajo. Por eso es que el IPC, en ese mismo período, cayó casi en ese mismo 1%.
Por cierto, la gasolina extra pesa bastante más en el IPC, pero como ha subido menos, tiene, en resumen, un efecto muy similar al diésel.
Por otro lado, el precio de los combustibles en general tiene un peso bastante más alto en los costos de muchos productores y, en teoría, podrían haber pasado esos aumentos a los consumidores. Pero los datos detallados de la canasta reflejan que ese “traspaso” no se dio y, en términos generales, los precios de aquello que requiere transporte no subieron.
A los productores afectados por los costos de los combustibles con seguridad les hubiera encantado subir los precios, pero no lo pudieron hacer porque la demanda en el país está baja y si subían precios iban a perder clientes. De manera que esa inusual combinación de aumentos de costos a los productores y unos consumidores que no quieren gastar, llevó a que los productores tengan que encontrar la manera de no traspasar esos costos.
En parte, pueden haber sacrificado algo de sus ganancias y en parte pueden haber encontrado maneras de producir con más eficiencia, ahorrando otros costos.
El hecho final es que los consumidores no se han visto afectados por los aumentos de los precios de los combustibles, mientras que la economía en el largo plazo se va a beneficiar muchísimo de este sinceramiento de precios, donde, en un mundo ideal, el diésel debería costar… lo que el diésel cueste.