Una parte de la buena imagen de Guillermo Lasso se debe a la adecuada comunicación de su enfermedad de la columna y de las razones por lasque fue a operarse en Miami. Como la Presidencia no es el mejor lugar para la recuperación, se aprecia el esfuerzo que realiza a ojos vista para seguir trabajando bien. De Lenín Moreno, en cambio, no era difícil adivinar la causa principal del desgano y la ineficiencia de su gestión. Compensando la pésima comunicación oficial, se hablaba ‘sotto voce’ de cuánto le restaban tiempo y energía su situación y el fastidio de las terapias. Él mismo confesó que no veía la hora en que terminara su gobierno.
Pues esa clase de temas aborda un libro que es un deleite para los amantes de la política y la historia: ‘En la enfermedad y en el poder’, de David Owen, médico y político inglés que analiza las enfermedades, sobre todo las que ocultaron, numerosos presidentes anglosajones: Roosevelt, Churchill y Kennedy entre los más conocido por estos lares, pero también el sobrio y erudito Mitterrand, quien camufló durante años su cáncer de próstata.
El caso de John F. Kennedy es patético pues ese joven presidente que aparentaba irradiar energía y talento era un hombre aquejado por muchos males: una insuficiencia suprarrenal (Addison) que requería de altas dosis de cortisona y de esa testosterona que lo impulsaba a acostarse hasta con las amantes de los mafiosos; colitis, uretritis crónica, terribles dolores de espalda que eran mitigados constantemente con procaína; eso sumado a antibióticos, calmantes y pastillas para dormir, siendo la guinda del pastel la anfetamina con esteroides que le inyectaba el doctor apodado ‘Feelgood’.
Un presidente con semejante coctel de drogas y dolencias fue el que aprobó la invasión a Cuba en 1961, se retractó en el camino y terminó llorando literalmente y con colitis. Pero con un cambio en el tratamiento mejoró bastante y al año siguiente hizo frente de una manera firme y decidida a la crisis de los misiles soviéticos que puso al mundo al borde de la guerra nuclear.
Da pavor pensar en cuán frágiles manos puede estar nuestro destino, pero a Owen le interesa sobre todo el hibris, esa embriaguez del poder que trastorna a muchos líderes que sienten que son omnipotentes y siempre tienen la razón. Desconectados de la realidad, son arrogantes, impulsivos y terminan causando graves daños a los pueblos que los eligen y padecen.
A la larga lista del inglés, que empieza con Hitler, podemos añadir acá a presidentes como Chávez, Correa, Uribe y Fujimori. De yapa, Chávez bebía más de 40 tazas diarias de café, lo que explicaría órdenes tan irreflexivas como expropiar cualquier edificio o enviar 10 divisiones a la frontera con Colombia. Y explicaría también un cáncer misterioso que terminó de hundirlo a él y a su desdichado país.