La Cumbre de Seguridad Nuclear en La Haya iba a ser una reunión rutinaria, pero acabó dominada por la crisis de Crimea. Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llegó ayer a la ciudad holandesa, en su agenda figuraba en primer lugar la gestión de la crisis en Ucrania.
Obama había convocado además una cumbre del G7, los siete países más industrializados del mundo. La cita fue solo de una hora, pero encajó entre la cumbre y la cena de gala que ofrece el rey Guillermo Alejandro de Holanda para así dejar en evidencia que el presidente ruso, Vladimir Putin, no ha sido invitado: el G8 vuelve a ser el G7, sin Rusia.
Una de las primeras consecuencias fue el cambio de ciudad para su próxima reunión: ya no será en la ciudad rusa de Sochi, donde en febrero se jugaron los Juegos Olímpicos de Invierno, sino en Bruselas.
En la residencia oficial del jefe de gobierno holandés, Mark Rutte, Obama volvió a dejar claro la posición de Occidente con Rusia: “Estamos de acuerdo en que Rusia tiene que pagar por lo que ha hecho hasta ahora”, dijo el mandatario. Sanciones más duras tendrán “considerables consecuencias en la economía rusa”, agregó.
En 1998 el G7 concretó la invitación hecha a Moscú solo un año antes para integrar esa agrupación.
Según escribió nueve años después el analista internacional Martin Gilman para la revista Russia in Global Affairs, en ese entonces existió un trasfondo político debido a que muchas voces en Occidente buscaban dar un espaldarazo al presionado gobierno del presidente ruso Boris Yeltsin.
En cambio, a inicios de este mes, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, se manifestaba en contra de una eventual separación, ya que consideraba al G8 como el único formato “en el que desde Occidente podemos hablar directamente con Rusia”.
Y es que no solo la economía de Moscú se ve amenazada, sino la de toda Europa.
Obama abogó porque Occidente imponga sanciones económicas. Las de su país tienen una repercusión menor que las europeas, puesto que el comercio entre Estados Unidos y Rusia (con 8 000 millones de euros en exportaciones y 19 500 millones de euros en importaciones) es casi microscópico en comparación con el de la Unión Europea: en el 2012 las importaciones sumaron 212 000 millones de euros, sobre todo en gas y crudo ruso. Y las exportaciones a Rusia fueron de 123 000 millones de euros, sobre todo maquinaria.
Esa es la razón por la que el debate sobre las sanciones económicas en Europa se lleva a cabo sobre una base completamente diferente a la de Estados Unidos. Y además en la Unión Europea se insiste en no romper el hilo de comunicación con Rusia.
A los países miembros de la Unión Europea, desde Polonia hasta los tres países Bálticos, los une el temor de que la anexión de Crimea por parte de Rusia sea tan solo una prueba de la acción militar rusa a fin de proteger a los ciudadanos de raíces rusas, como por ejemplo podría ocurrir en Letonia. Y eso lo sabe Obama.
Atrapados entre el deseo de que por una parte las sanciones económicas perjudiquen lo menos posible pero por otra marquen bien las propias fronteras, los europeos hasta la fecha solo se han podido poner de acuerdo en las amenazas.
Las prohibiciones de viaje y los bloqueos de cuentas, tal como ha impuesto Estados Unidos, son molestos y están pensados como una muestra de determinación; sin embargo, apenas tienen fuerza para hacer cambiar a Rusia de parecer. Tan solo cuando se dé el próximo paso en el plan de sanciones la situación comenzará a ponerse difícil.
Para ambas partes las sanciones comenzarán a doler (y a costar) cuando se vean afectados el acceso a bancos, seguros para negocios, importaciones de alta tecnología o energía.
Por su lado, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, dijo ayer que “no es una gran tragedia” si el G8 decide expulsar a Rusia.
” Si nuestros socios occidentales piensan que este formato (de reunión) ya no tiene razón de ser, entonces que así sea”, dijo Lavrov en una rueda de prensa. “El G8 es un club informal (…), para nosotros no es una gran tragedia si no se reúne”, añadió tras el primer encuentro con su homólogo interino ucraniano, Andrii Deshchytsia.
Desde Gran Bretaña, el ministro de Asuntos Exteriores, William Hague, vaticinó el domingo en un artículo para el diario The Sunday Telegraph que Rusia afronta un futuro de “dolor a corto plazo” con las sanciones aprobadas, pero a largo plazo la perspectiva para el país que preside Vladimir Putin es de “aislamiento y paralización”.
A la vez, pide que los países europeos “diversifiquen” sus fuentes de energía para no ser tan dependientes del gas ruso.
El Ministerio británico de Exteriores actualizó este fin de semana su aviso sobre el este de Ucrania, donde advierte contra cualquier viaje no esencial a las regiones de Jarkov, Donetsk y Lugansk debido a las crecientes tensiones. El Foreign Office mantiene además su advertencia contra cualquier viaje a Crimea y pide a los británicos que la abandonen.
Por su lado, Ucrania está haciendo circular en la ONU un proyecto de resolución que reafirma su integridad territorial y subraya que el referendo en Crimea no tiene validez.
“Si nuestros socios occidentales piensan que este formato ya no tiene razón de ser, entonces que así sea. (…) El G8 es un club informal…” Serguei Lavrov Ministro de RR.EE. de Rusia