Trabajé 22 años junto al Dr. Augusto Bonilla Barco, en el IESS, primero en la ‘Clínica vieja’, y luego, hasta su jubilación, en el Hospital Carlos Andrade Marín. Tuve el honor de ser su Secretaria y amiga, de él aprendí que el servicio a los pacientes
es un privilegio y que el trabajo debía hacerse con eficiencia, responsable y ágilmente; había que llevar su ritmo de actividad múltiple: docencia, consulta médica, cirugías, conferencias, sesiones de trabajo, etc. El haberme formado con él desde muy joven me permitió conocer profundamente al Dr. Bonilla, participar en los proyectos humanos y sociales que emprendía y ser testigo de sus logros y triunfos en todos ellos, compartir también hechos dolorosos como la súbita y grave dolencia cerebral de la que salió triunfante y completamente recuperado para felicidad de todos. Fue una hermosa y gratificante experiencia laborar junto a él, su postura y el respeto que inspiraba contrastaban con su humanismo y gentileza al prodigar atención de salud sin distingos de clase social, tanto en su consulta privada como en la Seguridad Social.
El Dr. Augusto Bonilla logró todo lo que se propuso, tuvo una vida plena, la del hombre justo del Evangelio; se va –como el mismo decía– con la satisfacción del deber cumplido. A nosotros, quienes lo admirábamos y respetamos, nos deja –por sobre su éxito profesional– el recuerdo y la satisfacción de haber conocido a un ser especial, digno, correcto; un caballero a carta cabal.