Me regalé un tiempo para ver esta película, con la intención de tener descanso en medio del estrés cotidiano repleto de metas, problemas y plazos. De descanso nada: el personaje de Anahi Hoeneisen me resultó tan familiar que hasta me identifiqué con él: presiones, inconvenientes y contratiempos; parecía que yo seguía trabajando mientras veía el bien logrado filme.
Me impresionó la escena con la madre, ambientada en una casa un tanto deteriorada que dejaba entrever una residencia otrora pintoresca y alejada del insoportable tráfico. En medio de los recuerdos familiares, la madre se dolía por su soledad, por la ausencia de sus propias hijas; mientras que el personaje de Hoeneisen gemía por la falta de tiempo que le impedía visitar a su madre.
La escena mostró, con crudeza y algo de ternura, las dos caras del tiempo: la del reloj que, como un caprichoso dictador, nos ha concedido solamente veinticuatro horas para cumplir compromisos y pagar cuentas; y, la de la vida, la familia y la nostalgia.
¿Con cuál de los dos rostros nos quedamos? Cada quien ha de saber adónde invierte su tiempo: en el reloj o la vida.