Para qué voy a negar mi emoción al ver por la televisión la entronización del primer Papa latinoamericano, a quien conocí por referentes, sobre su postura sencilla, conservadora, de segundo plano. Era un jesuita que vivía igual que Juan Pablo II, antes de ser Pontífice, esto es, modestamente en un pequeño departamento, no tenía empleada, se preparaba su comida y no dejaba de caminar diariamente. Era afiliado de honor de un club deportivo argentino, tomaba mate, había escrito libros relacionados con la utilidad y el servicio que debe brindar el religioso a su pueblo. “Vivir para servir como pastor”, es su fundamento, era un cura conservador que no ocultó jamás su posición contra la eutanasia, el matrimonio gay. Más de una vez fue piedra en el zapato para los esposos Kirchner, por supuesto era un jesuita, “un soldado de Cristo”, formado con la rigurosidad de los “ejercicios espirituales” de Ignacio de Loyola, para defender a la iglesia de sus latrocinios (entiéndase de lo que a diario le roban a la Iglesia en su honor y fe). Y viene a posesionarse con un signo lumínico, escoge el nombre de Francisco I, talvez por Francisco Xavier, o por el mismo Francisco de Asís (edificadores de iglesia). ¡Enhorabuena!