Han sido sentimientos agridulces aquellos con los que se han recordado los 60 años de la fecha cuando tuvo lugar el asalto del cuartel Moncada, de la capital de Cuba.
El evento marcó un momento de quiebre en la lucha contra el dictador Fulgencio Batista, el sargento que se había elevado hasta la cumbre del poder dentro de la isla ubicada a pocas decenas de millas de la península de la Florida. Virtualmente se lo considera como el inicio de la ‘Revolución’ con mayúsculas, que unos años más tarde intentaría cambiar desde arriba hasta abajo, la organización total del país.
Batista intentó derrocar al presidente Grau San Martín, cuyo régimen había caído en medio de las garras de una desembozada corrupción, pero no se imaginó que solo unos meses más tarde, el 26 de julio, surgiría una amenaza letal contra su dominio prácticamente absoluto.
El núcleo de la oposición estaría constituido por dos hermanos, Fidel sobre todo, y Raúl, vástagos de un terrateniente de medianas proporciones. Enfervorizados por las ideas y las tesis que como luego se descubriría habían sido ortodoxamente marxistas-leninistas, reunieron a un grupo de compañeros y, pese a los riesgos que suponía la operación, habían intentado un golpe de extremada audacia contra el lugar donde se concentraba la mayor parte del material bélico entonces disponible y, por la misma razón, la más celosa vigilancia de las fuerzas gubernamentales. Las víctimas cayeron de parte y parte, pero pasada la primera sorpresa, los gubernamentales capturaron a una treintena de opositores y les sometieron de inmediato a un severo juzgamiento.
Fidel realizó una elocuente y memorable defensa de su causa y la de sus seguidores, que llamó la atención de los medios de comunicación y generó muchas simpatías y recursos a su favor.
Posteriormente retornó a la isla y eligió como refugio a la agreste zona de Sierra Maestra. La historia que vino después resulta mejor conocida. Golpeado una y otra veces por la movilidad de sus enemigos, Batista huyó de la isla el día de año nuevo de 1959 a tiempo que las multitudes aclamaban con delirio al flamante Régimen y venía también una feroz campaña en contra de aquellos considerados como enemigos, a unos tres mil de los cuales condenó a ser pasados por las armas, al término de juicios sumarísimos y probablemente poco respetuosos de las garantías que suelen ahora juzgarse como esenciales respecto de la justicia elemental.
A la altura del siglo XXI los dos hermanos Castro siguen siendo los personajes fundamentales del drama. Claro que el mundo a su alrededor ha cambiado, pero ellos no han cambiado, poco más allá de reajustes superficiales del poder. Ellos enfrentan una crisis de desencanto político y otra de agudos caracteres económicos, pero objetivamente ha de reconocerse cómo no se advierte una alteración ni inmediata ni profunda en el futuro predecible de la isla.