Poco antes de las elecciones del domingo anterior, grupos de intelectuales de distintas generaciones se animaron a circular un manifiesto. El texto, titulado: ‘La batalla por la ciudad’, estaba firmado por el fotógrafo Paco Salazar, la socióloga Valeria Coronel, el académico Franklin Ramírez, y los cineastas Tania Hermida y Juan Carlos Donoso. En él, alertaban sobre los riesgos de entregar a Quito a “la recomposición neoliberal”.
Esta idea se replicó en redes sociales desde sectores vinculados a la cultura. Se pronunciaron en contra de la candidatura de Mauricio Rodas y a favor de Augusto Barrera sin necesariamente ser “barreristas” ni siquiera “correístas”.
Para muchos, el crecimiento de Rodas se convertía en una especie de “confabulación de la derecha internacional”, como se lo tilda, por ejemplo, a Mauricio Macri alcalde de la ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, Rodas ha aclarado que él no es de derecha, sino de centro. Por ello, dice que su gestión será de “proposición no de oposición” al Gobierno.
La línea histórica de la administración de Quito está marcada por lo que podría considerarse fuerzas progresistas. “Quito ha sido siempre una ciudad de centroizquierda”, dice Andrés Vallejo, quien sucedió a Paco Moncayo como Alcalde.
Al analista Julio Echeverría no le sorprende esta reacción fruto de lo que se ha impuesto desde el poder político: la necesidad de tener adhesiones a partir de la construcción de un enemigo. “Lo que sorprende es que intelectuales, que deberían estar abiertos al debate, de repente se comporten como políticos elementales”, dice.
Pero para Paco Salazar no se trata de una reducción. Por una parte, Augusto Barrera tiene una larga trayectoria política, mucho antes de ser Alcalde, y que trabajó en uno de los problemas fundamentales de las ciudades de la región: la lucha por el suelo y que dinamiza la economía. Por otra parte, las precauciones que tiene sobre la Alcaldía de Rodas, es que se puede volver a la privatización de la administración.
“Con Paz se creó algo así como un Municipio paralelo; Mahuad sostuvo esa estructura. Moncayo la fortaleció”, dice Salazar. El papel de Barrera fue armar un Municipio consolidado, “pero eso que fue un logro, también fue su ancla”, añade Salazar. Esa transformación le costó tres años de trabajo y una pauperización de su imagen como burgomaestre.
Vallejo, alcalde interino de la ciudad, cree que no se puede hablar de que hubo un neoliberalismo, pues jamás se privatizó nada de la administración municipal. Que Quito recurriera a las corporaciones se debía a una necesidad que ahorraba tiempo y ejecutaba obras para la gente. Se trataba, según el político, de figuras jurídicas que resultaban “eficientes” que acercaba la Alcaldía a la gente, que es “su razón de ser”.
Para Vallejo, de las tres secretarías que había en la administración de Paco Moncayo, de la que formó parte, a las 121 que hay ahora, según señala, no son otra cosa que un cambio de nombre y que han complicado más a los ciudanos.
“No hubo neoliberalismo en Quito. No se privatizó nada. Lo que hubo fueron concesiones, una administración conjunta entre el sector privado y el público que solucionó los problemas de la gente sin tanta traba burocrática como ahora”, dice.
Echeverría entiende que hay dos conceptos de ciudad y que podrían responder a lo ideológico. Uno es de la ciudad como espacio de intercambio económico, con la lógica de mercado que debe ser preservado; el otro es de la ciudad como “agregación de individuos que necesitan socializar y reconocerse y que se dimensiona en la construcción de lo público”.
Es en ello donde Quito presenta uno de sus mayores problemas, para Salazar, porque es una ciudad que ha construido microciudades en su interior y se abandona el espacio público, cuya recuperación ha sido uno de los intentos de la administración que terminará en mayo.
Pero, ¿puede girar una ciudad hacia lo neoliberal bajo una Constitución del Buen Vivir? Para el poeta Iván Carvajal, hay que analizar si lo que dice la Constitución y la práctica política del Gobierno son realmente ajenos al capital financiero. Al menos en la Constitución se permitiría la convivencia de “políticas amplias de la derecha no fascista y las del socialismo del siglo XXI”.
Pero “todo Estado es oligárquico por naturaleza” porque combina dos aspectos: la riqueza y el poder, con los cuales confisca toda iniciativa política, sostiene el profesor de Teoría Política de la Universidad Católica, Miguel Chavarría. Y por eso duda que la Constitución sea un escudo protector en contra de las políticas neoliberales porque tiene ambigüedades: protege los derechos de la naturaleza y aúpa el extractvismo o construye la participación ciudadana que apuntala al hiperpresidencialismo.
_En contexto
Los temores a la ‘derechización’ de Quito comenzaron cuando desde partidarios del Gobierno Nacional destacaron el paso de Mauricio Rodas por las juventudes socialcristianas. Su discurso fue que la “victoria significaría replicar la crisis que vive Venezuela”.