Hace muchos años se estableció en Quito la censura municipal. Era un grupo de ciudadanos encargados de revisar las películas antes de su exhibición para prohibir aquellas que los censores consideraban “inmorales” y no debían ser vistas por los quiteños. Cualquier censura de carácter moral se basa en los principios y valores personales de los censores. Cuando formé parte del Comité de Ética de la Asociación de Canales de Televisión, me encontré con un problema parecido al de la censura municipal, porque se esperaba que los miembros del comité examinaran los programas de televisión y prohibieran aquellos que se creía atentaban contra la moral. Al interior de ese Comité sostuve que solo se puede censurar lo que está prohibido por las leyes, los reglamentos o los códigos de ética. No lo que a nuestro gusto, sensibilidad o valores pareciera inapropiado pues eso nos convertiría en una especie de “dictador bueno”.
La libertad de los individuos en la sociedad se mueve entre dos extremos: de un lado está el libertinaje y del otro la dictadura. Muchos dictadores pretendieron encarnarse como la figura moral que impone el bien a los ciudadanos. La historia latinoamericana nos ha dado ejemplos de ambos extremos: desde rebeldes que, en nombre de la libertad, se alzaron contra el orden establecido para luego establecer un orden sin libertad, hasta caudillos paternalistas y mandones pero bien intencionados que se hacían llamar “padre”, “benefactor”, “patriarca” o “protector” y pretendían imponer el bien. Decir “dictador bueno” es un oxímoron porque junta dos palabras de significado contrario, sin embargo, hay que reconocer que las dictaduras son consideradas buenas o malas según la ideología que profesan y que, por desgracia, no repugnan a los pueblos los autoritarios que controlan todos los poderes públicos si se presentan como moralistas que persiguen el bien.
En nuestros días ha reaparecido en varios países, la tendencia moralista a imponer gustos y valores con el pretexto de que no es aceptable el libertinaje y de que se lo hace por el bien del pueblo. Otra vez avanzamos hacia el “dictador bueno”. En esa doctrina debe tener cabida la idea de prohibirnos las corridas de toros, las peleas de gallos o los juegos de azar, la tendencia a impartir justicia desde las pantallas de TV., a descalificar a los que no coinciden con sus gustos, valores o conveniencias.
El problema del “dictador bueno” es que se coloca por encima de todos, ciudadanos, jueces, Iglesia y se erige a sí mismo como modelo, establece sus gustos y valores como norma y , se cree infalible. El “dictador bueno”, con actitud paternalista y protectora, reparte caridad a los pobres y las filas para recibirla son cada día más largas.