A propósito de un artículo de un entrañable colega de columna sobre el papel de las élites, el tema ha retornado sobre la mesa y merece ser tocado, a sabiendas que el debate, por su propia esencia, no terminará y deberá reeditarse una y otra vez dependiendo de los momentos y las circunstancias. Pero cabe preguntarse: ¿de quéélites tratamos? ¿Nos referimos a aquellos grupos sociales que están en posibilidad de delinear un derrotero y proponérselo al resto de la sociedad? Si respondiéramos afirmativamente inmediatamente tendríamos distintos individuos que se encontrarían en esa situación, pero desde diferentes ópticas: académica, política, gremial, entre otras. Quizá habría que ir aún más allá y preguntarse ¿ha habido en el Ecuador un pensamiento y reflexión sobre los distintos momentos del país y que, producto de ella, haya salido una propuesta definida a la sociedad? Tal vez deberíamos mirar lo sucedido en países como Perú, México, España, en los que sí han habido personajes de la talla de Vargas Llosa, Octavio Paz, Enrique Krauze, Fernando Savater, por señalar unos pocos, que han dedicado su vida a reflexionar sobre sus países y sus entornos y han transmitido sus conclusiones al público como formas de entender la realidad y tomar posiciones concretas frente a ellas.
¿Cómo emergieron esas propuestas? No hay duda que el entorno cultural ha sido propicio para que autores como los anotados surgieran y trascendieran, incluso mucho más allá de sus fronteras. Pero en cualquiera de ellos el denominador común ha sido el rigor académico, algo desconocido por estas latitudes. Vidas consagradas al estudio, abstraídas de tentaciones efímeras, salvo algún desliz corregido a tiempo por alguno de ellos, ha permitido que alcancen un nivel por encima de sus ciudadanos, desde donde pueden decir sus verdades producto de sus análisis profundos. No significa que sean dueños de la verdad, pero habrá que tener una vasta cultura y experiencia para construir argumentos que las contradigan.
Acá, con la pobreza de nivel de la educación superior, principalmente en ciencias sociales, que en su gran mayoría se ha dedicado a repetir consignas comunes, muy poco se puede esperar. Sin embargo, no se puede desconocer esfuerzos importantes para nuestro desarrollo cultural. Quizás el ejemplo más notable ha sido Benjamín Carrión. Pero, sin duda, hay personas valiosas de todas las tendencias, dos de ellos, en las antípodas uno del otro, uno el autor del artículo del comentario y el otro un filósofo a tiempo completo, que entregan sus reflexiones a través de este Diario, se hallan en el afán de repensar el país y su derrotero. Y ventajosamente no son los únicos.
Hay personas comprometidas con la tarea intelectual, libres, que no han hipotecado sus conciencias, que les duele el país y seguirán reflexionando para constatar que no es una sociedad muerta.