En la última semana de marzo se realizó en La Haya, Holanda, la Cumbre de Seguridad Nuclear, por iniciativa de los Estados Unidos, con participación de 53 países. Esta reunión multilateral acordó, al término de sus deliberaciones, reducir y proteger mejor el material atómico almacenado en el mundo, en función de la paz y la seguridad de la comunidad de naciones. En opinión de algunos expertos, unas dos mil toneladas métricas de materiales altamente radiactivos están distribuidas en 25 países.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), dependiente del sistema de Naciones Unidas, es la entidad que se ocupa de los asuntos que conforman la nutrida agenda institucional en esta materia y se encarga, en consecuencia, de evaluar las condiciones de almacenaje de metales y sustancias radiactivas susceptibles de convertirse en armas nucleares. En este contexto, 35 de los 53 Estados participantes en la Cumbre de La Haya resolvieron incorporar a sus respectivas legislaciones nacionales el sistema de inspecciones de seguridad auspiciado por la OIEA. Rusia, China, India y Pakistán se negaron a unirse a dicho grupo.
El presidente Obama y el Primer Ministro de Holanda coincidieron en afirmar que el acuerdo logrado mejorará “la seguridad mundial al fomentar la cooperación entre países y reducir la posibilidad de ataques terroristas”. Obama agregó que la citada Cumbre pone en evidencia el nuevo enfoque dado a la seguridad nuclear.
La preocupación general por este tema se explica obviamente por los altos riesgos que comporta el empleo de la energía atómica, uno de los asombrosos descubrimientos de la ciencia y la tecnología del siglo XX. Bien se conoce que como culminación del Proyecto Manhattan, coordinado por el famoso físico Robert Oppenheimer, se construyeron, en 1945, tres bombas atómicas en Estados Unidos. Una de ellas se ensayó en Nuevo México, produciendo la más poderosa explosión que recuerda la historia humana. Las otras dos bombas destruyeron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki y aceleraron el final de la Segunda Guerra Mundial. Oppenheimer, tiempo después de la catástrofe, expresó que la única defensa contra esa arma letal es su eliminación. Es que ese artefacto bélico simboliza la capacidad de autodestrucción del ser humano.
En el período de la Guerra Fría, caracterizada por la confrontación ideológica entre EE.UU. y la Unión Soviética, la bomba atómica jugó un papel disuasivo en una especie de “equilibrio del terror”. El desafío de la próxima Cumbre de 2016, en Chicago, consiste en hacer que el mundo sea más seguro con un mayor compromiso político, tornando obligatorios los estándares de protección y control que ahora son voluntarios.