El dolor y la desesperanza se reflejan en el rostro de Nelson Guaranga. De pie frente a una cruz dorada, iluminada con siete focos, en medio de dos ataúdes blancos pequeños, solo puede decir unas palabras antes de desmoronarse: “Mi vida está destrozada”.
Unas 16 gradas angostas, oscuras, llevan al segundo piso de una casa ubicada en la calle Lorenzo de Cepeda, en El Placer. Ahí fueron velados los dos hijos de Nelson. La madre de los pequeños estuvo ausente. Sigue hospitalizada en el Eugenio Espejo.
La tarde del domingo, Nelson, su esposa y sus dos hijos fueron embestidos por un vehículo en Carcelén, mientras esperaban un taxi que los llevara de regreso a su casa, en la Quito Sur.
Allí empezó su tragedia. “Ellos estaban arrimados a la pared y yo parado dándole la espalda a la calle. En eso escuché que frenó un carro y cuando regresé a ver ya no pude hacer nada. Me golpeó en el pecho y luego se fue llevando a toda mi familia. Ni siquiera vi a la mujer que conducía. Yo solo quería salvarles a mis hijitos. Los agarré, pero ya no pude hacer nada”.
Su relato es desgarrador. Tiene 26 años y recuerda que su hijo quería ser Presidente. El mes entrante, Kevin cumplía siete años. Le gustaba el fútbol, ver dibujos animados y jugar a que era Spiderman. El día del accidente estaba junto a su hermana. El vehículo lo arrastró y el pequeño quedó atrapado entre el auto y la pared. Murió en ese instante.
“Al pulguita (así le decía su padre) casi no se le reconocía. Su cabecita estaba triturada, no se le veía ni el ojito”, cuenta uno de sus familiares, entre sollozos.
En medio de los dos ataúdes, rodeada de 13 ramos de flores, se exhibía una gran foto de Kevin tomado del brazo de su hermana, de 5 años. Ella, vestida de novia y él, de marinero.
Esa foto les tomaron cuando fueron bautizados, hace un año. La niña se llamaba Nanta, pero su papá le decía ‘Churitos’. Ella estaba junto a su madre cuando el vehículo los impactó. Debido al golpe, fue arrojada varios metros hacia adelante. Tenía heridas en sus extremidades y en su cráneo.
Etelcina Guaranga, madrina de la menor, cuenta que la niña fue trasladada, aún con vida, al Hospital San Francisco, ubicado en Carcelén, pero por su estado de salud la llevaron al Carlos Andrade Marín, en Miraflores.
Su esposo fue en la ambulancia acompañando a la pequeña. “Estaba inconsciente. Todo el camino fue conectada a oxígeno y no se movía. Su piecito estaba desmembrado más arriba del muslo izquierdo. Su carita estaba con moretones. Le agarré de la cabecita y sentí que su cráneo estaba deshecho”.
A las 17:00, aproximadamente, llegaron al Hospital del IESS. La menor fue ingresada a emergencias. Una hora después, la pequeña sufrió dos paros respiratorios. Su padrino cuenta que cerca de las 18:45, un médico les informó que la niña necesitaba una cirugía de urgencia, pero 10 minutos después, volvió a salir para indicarles que había muerto.
La madre de los niños se llama Flor y desde que tenía 16 años se fue a vivir con Nelson, antes de concluir quinto curso. Flor, nacida en el Oriente, no trabajaba.
Ahora permanece acostada en una cama del Hospital Eugenio Espejo. En la madrugada de ayer, le amputaron el brazo. Aún no sabe que sus hijos murieron.
“Cada que me ve me pregunta por nuestros hijos. Yo le digo que están bien, que se recuperan. Ella me pide que le jure que están a salvo y yo no puedo hacer más que mentirle”, asegura Nelson.
El sonido del acordeón rompe el silencio en el velorio. Las notas de Paloma Blanca hacen que el lugar se llene de lágrimas y gemidos. Nelson se pone de pie y pide a sus familiares que lo acompañen a la Iglesia del Tejar. Acomoda los ataúdes de los niños en los hombros de unos familiares y el cortejo fúnebre sale de la sala con dirección al cementerio. “Pocos lo entienden, yo también morí”.