Las universidades y las facultades de ciencias humanas tienen un enorme compromiso epistemológico con el Ecuador: interpretar y dar luces sobre la megamulticausal e indetenible crisis que vivimos. Y sobre todo, dar pistas para entender la miopía y falta de creatividad de la mayoría de líderes, que se ahogan en intereses particulares y disputas triviales ahondando la desesperanza.
Lo que admira es que a pesar de todo el país funciona… camina incluso experimentando una inédita extrema debilidad del Gobierno, expresada en una suerte de aletargamiento, abandono y desentendimiento de la conducción estatal. Seguramente los altos funcionarios cuentan con angustia los días, horas y minutos para por fin entregar el timón del barco que hace agua por todos los lados, pero que sigue navegando.
¿Qué hace que el país funcione a pesar de todo? Esta es una pregunta para nuestros historiadores, sociólogos y antropólogos. Sin embargo una hipótesis a ser investigada es que el largo, a veces lento e importante proceso de edificación del Estado Nacional que se impulsó con más fuerza desde 1860 dio sus frutos: construyó de manera sostenida una maquinaria estatal y una sociedad que soportan y canalizan todavía con alguna consistencia las interrelaciones económicas, sociales y culturales de este conglomerado histórico que se llama Ecuador.
Este viejo estado nacional, vilipendiado, debilitado, engordado y manipulado en el tiempo por los diversos actores políticos y económicos, tiene todavía fuertes estructuras que le permiten funcionar, incluso sin timonel. Pero es un funcionamiento a medio gas. Es el caminar de un enfermo terminal, que carga con los problemas generados por las élites, y ahora con las repercusiones del cambio del contexto global, el avance descomunal y neocolonial de las grandes corporaciones, y la sed de control de las fuerzas del narcotráfico y del crimen organizado, así como con las urgentes demandas de una sociedad diversa que ha salido paulatinamente de un silencio histórico. Todo esto cuestiona y afecta a la añeja maquinaria estatal que no tiene respuesta. El estado nacional tiene sus días contados. Se hunde poco a poco.
Pero ante este fenómeno nadie se interroga ni propone una alternativa. Hay una impavidez resultado de una ceguera colectiva. La inercia es el signo de este tiempo.
Somos partícipes no solo de una mega y simultánea crisis económica, ética, social y política. También es una crisis de sentido y de destino. Es una crisis de identidad. ¿Hacia dónde va el Ecuador? ¿Cuál es su proyecto histórico? ¿Hasta cuándo seguimos con el modelo extractivista? ¿Qué significa en el 2021 ser ecuatoriano? ¿Qué tipo de estado y de nación tenemos que construir?
Las respuestas están en la exploración del futuro y en la comprensión del pasado. Hay que poner de moda a las ciencias sociales, particularmente a la historia.