Nos aventuramos en un tema harto complejo y polémico. No se pretende entrar en disquisiciones morales pero sociológicas, con ingredientes psicológicos y antropológicos; es de hecho un fenómeno dialéctico en las relaciones erótico-afectivas de los seres humanos.
A riesgo de ser cuestionados por moralistas, resistentes a entender la sociedad como un conglomerado en que se dan situaciones ininteligibles más allá de las solas “apariencias”, partamos de una realidad antropológica… y es que la monogamia nos fue impuesta por el desarrollo mismo de la humanidad. En su obra ‘La separación de los amantes’, I. Caruso afirma que la monogamia está institucionalizada por la “sociedad opresiva” que reprime los instintos parciales en interés de la enajenación del rendimiento humano. Éste conforma un escenario irrefutable no sujeto a consideraciones éticas.
Entre las posiciones prejuiciadas frente a la infidelidad, producto de sociedades machistas que lastimosamente aún perduran, tenemos a aquellas que la identifican con el género masculino. La situación tiene una marcada tendencia contraria, fruto del desarrollo de la mujer hacia una comunidad igualitaria o al menos equitativa. La independencia económica de la mujer ya no demanda de la figura “ancestral” del hombre, lo cual le otorga una libertad de acción no antes presente en la historia occidental.
Para la sicología evolutiva es evidente que el ser humano tiene capacidad de enamorarse, mas no en igual grado para hacerlo “por siempre”. Algunos autores hablan del vestigio cernícalo de la persona, significando la tendencia a sustituir a su pareja por exigencia de la “pulsión” que se concreta en la infidelidad, siendo ésta – la pulsión – el instinto animal del ser humano, que para Freud es el “deslinde de lo anímico con respecto de lo corporal”. Así, la infidelidad es consecuencia de la “herencia mamífera, con base en la cual el ser humano no ha logrado asimilar la norma monogámica”.
En el campo de la sociología, el mexicano M. Zumaya -‘La infidelidad, ese visitante frecuente’- cita a la infidelidad como intento para calentar un matrimonio que se ha enfriado. Al amparo de esta “teoría sociológica”, se pretende explicar el fenómeno en términos de sensaciones alejadas de miramientos éticos. De hecho, se afirma que en una relación conyugal desgastada, la incorporación de un tercero en discordia traerá a la ilación nuevas sensaciones provechosas. Dícese que la búsqueda de sensaciones es tanto necesidad de experiencias complejas e intensas, como del deseo de arriesgarse en un plano físico y social.
La manifestación de infidelidad demanda de un serio y científico análisis al margen de cualquier aventura empírica. La pretensión de hacerlo bajo estimaciones meramente morales, religiosas y en general simplistas es un error de apreciación que lleva a ofuscaciones.