Aunque según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), 938 564 personas han dejado la pobreza desde el 2006 para acá, todavía cuatro millones de ecuatorianos viven con hasta USD 2,40 diarios (72 mensuales).
El último reporte, con cierre a diciembre del 2011, da cuenta de que la pobreza se ubicó en 28,6%, es decir, 9,1 puntos menos que a diciembre del 2006.
Por otra parte, la pobreza no es la misma en las zonas urbanas que en las rurales. En las primeras, el índice llega a 17,36%, mientras en las segundas ese valor es todavía elevado: 50,9%, o sea, que la mitad de la población que vive en la periferia sufre el impacto de no contar con ingresos que les permitan no padecer las penurias económicas cada día.
Por ciudades, a marzo del 2012, los focos con mayor porcentaje de pobreza fueron Guayaquil con el 11%, seguida de Cuenca con el 9,7%, Machala con el 9,5%, Quito con 9% y Ambato con el 8%.
Gladys Panchi es una de las personas que hace milagros por llevar el sustento a su familia, que incluye dos hijos. Su esposo realiza ocasionalmente tareas de albañilería, pero eso no alcanza.
Por esa razón, esta latacungueña de 56 años, que vive en Quito desde hace 20, se pone al hombro todas las tardes, desde las 14:00, un costal donde lleva una pequeña parrilla y una funda de carbón.
Toma el bus desde su casa ubicada por la Ciudadela Ibarra, extremo sur de la ciudad, hasta el centro. Desde allí, empieza a caminar, eligiendo un lugar “estratégico”, donde pasen muchos potenciales clientes. Cuando lo escoge, arma la parrilla, prende el carbón, pela los plátanos que llevaba en otra maleta y empieza a asarlos. Cuando la jornada anterior ha sido buena, logra comprar queso para darle valor agregado a su oferta.
Por cada plátano cobra USD 0,25. En un buen día, logra vender diez. Y cruza los dedos para que el clima esté frío, porque así a la gente le provoca comer.
Con lo que gana en la tarde, logra comprar algo para la cena, generalmente arroz. Para el resto, su marido apoya…
Elvia Criollo. Varias actividades
‘Nunca he tenido un trabajo seguro para ayudar a mis hijos’
Elvia Criollo nació en 1976, en Barabón, un paraje perdido de Azuay. Es la última de ocho hermanos. Las tres mujeres (Rosa, Mercedes y Elvia) se criaron, sirviendo, con la abuela paterna, Guadalupe Liminea, en una hacienda de una familia adinerada de Cuenca.
Desde los 7 años aprendió a ordeñar vacas, limpiar las huertas, recoger leña para cocinar y la hierba para los cuyes. No tenía sueldo, pero los empleadores se encargaban de su cuidado.
A los 12 años fue a Cuenca para cuidar a los nietos de la familia que le crió. Allí tuvo un sueldo para sus gastos personales, los estudios de la secundaria y ahorró algo con lo que se compró un terreno y levantó dos cuartos de adobe, en Barabón.
Cuatro años más tarde le detectaron asma, una enfermedad que no la ha podido superar. Nunca deja el inhalador. Lo lleva en el bolsillo del pantalón que viste siempre. Si un día le falta entra en crisis y termina hospitalizada. Por lo general, cada tres meses empeora. Eso ocurre cuando se deprime y llora mucho por falta de trabajo o dinero.
A los 19 años se embarazó, y eso la complicó aún más. Con su niña (Inés Pilco) en brazos nadie le daba trabajo. Por ello, se dedicó a lavar ropa, limpiar casas o en labores agrícolas. Actualmente, en el mejor de los meses gana USD 70, que solo le alcanza para la alimentación.
Para ganar esa cantidad, limpia tres casas, tres días a la semana. En otras partes lava inmensos rumos de ropa a mano.
Hace un mes pidió dinero para comprar 10 cuyes y dos puercos, para engordarlos y venderlos. Criollo no pierde las esperanzas de que le irá mejor para dejar los otros trabajos que afectan su salud. Los médicos le dicen que si quiere curarse del asma ya no se exponga al polvo, humo y frío. “Eso no puedo hacer porque no tendría dinero”. Redacción Cuenca
Edwin Aucatoma. Vendedor ambulante
‘Mi sueño es tener algún día un carrito viejo para trabajar’
Por las calles del Coca, Orellana, se ve caminar a Edwin Aucatoma llevando unas pelotas globo.
El precio varía dependiendo del tipo de globo, dice este ambateño de 37 años. Cuestan entre USD 1 y 3,50. Sin embargo, las negativas de los posibles clientes son más frecuentes que los globos vendidos. “Es bien complicado vender. Hay días buenos y también malos”.
El vendedor llegó hace pocos días al Coca para las fiestas de cantonización. Se hospedó en la casa de un pariente. Para vender la mercadería se levanta a las 07:00. Esta vez, la fortuna le echó una mano porque vendió bien su producto.
Este trabajo lo realiza desde hace cinco años. Sus ingresos mensuales ascienden a alrededor de USD 100 al mes. Pero eso, “a veces sube y muchas veces baja”. Aucatoma explica que tiene que distribuir sus ingresos para el gasto diario.
Este padre de familia también tiene que extender su dinero para los gastos de la casa. Su esposa trabaja esporádicamente. Ella y su hija de nueve años viven en Santa Rosa, en Ambato. El hombre llega a su tierra cuando ya no tiene nada qué vender. Recorre el país en busca de dinero para mantener a su familia.
No puede derrochar la plata, pues ahorra para adquirir sus globos. Por ello, entre desayuno y almuerzo gasta USD 4.
Aucatoma tenía 14 años cuando se dedicó a lustrar zapatos en Guayaquil. Cuando tuvo mejor suerte, ingresó a una bloquera, pero, recuerda, que no le pagaban el sueldo acordado. Luego se dedicó a la venta de cigarrillos en las calles. “Ahora quiero vender otra cosa”, dice.
El ambateño sueña con comprarse un carro “viejito”, pero su capital no es suficiente todavía. Por esa razón, por ahora, cada vez que visita una ciudad tiene que buscar una hostal lo más barata posible para dormir. Redacción Orellana
Greti Zambrano. Vendedora de lotería
‘En un día que es bueno logro ganar apenas unos USD 3’
A veces le he pedido a Dios que, por lo menos, un plátano me tire del cielo. ¿Que si sé lo que es acostarse con el estómago en blanco? Sí. Te cruje, te clama. Es que a veces, con la venta de loterías, el dinero no alcanza para la comida. Mi nombre es Greti Zambrano.
Esas dos palabras son las únicas que sé escribir. Soy analfabeta. Jamás fui a la escuela. Soy madre soltera. Tengo tres hijos: Jairo (12), Abraham (9) y Boris (9). Solo tienen mi apellido. Ellos sí estudian, en la Escuela Fiscal Vito Murillo.
Cada Pozo Millonario que yo vendo cuesta USD 1. En un día bueno, vendo 20 loterías, es decir, USD 20. Como tengo que entregar el 85% de lo que gano, me quedan USD 3. Con eso vivo a diario. Pero, también hay días malos donde me queda la mitad o quizás menos dinero.
Recién saqué un préstamo por USD 800 al Bono Solidario a dos años. Así que ya no recibo los USD 35 mensuales del bono. Con eso construí “mi casa”, que es un lugar de cuatro metros cuadrados. En un solo ambiente queda la cocinita, los cartones sobre los que dormimos, el servicio higiénico, todo.
A mis hijos yo les digo que estudien. Por eso no les permito trabajar, a ninguno de los tres. No quiero que, de grandes, tengan que vender lotería. A mí me gustaría que sean doctores, ingenieros. Aún no les he podido pagar la lista de los útiles escolares. Cada una cuesta USD 75.
Yo me levanto, todos los días, a las 05:00. Preparo el desayuno a mis hijos. Lo que tenga. La libra de fideo está a USD 0. 80, el cuarto de litro de leche a USD 0.25, unos pedacitos de queso a USD 0.30, la yerbita a USD 0.10. Con eso hago sopa de fideo. Cuando alcanza para el desayuno ya no hay para el almuerzo.
A los vendedores de pescado les compro esos peces ‘carita’, que son los más baratos. Redacción Guayaquil.
Héctor Aleaga. Limpiador de buses
‘A veces la gente no me paga, sino que me insulta’
Héctor Aleaga, a sus 67 años, aún se desespera por subir a un bus interprovincial en la terminal terrestre de Ambato, para cumplir con dos tareas: limpiar el interior y ayudar en el enganche de los pasajeros.
Tiene menos de cinco minutos para limpiar la basura que dejan los usuarios debajo de los asientos. Con una escoba sin mango se da modos para limpiar. Ni siquiera logra recoger toda la basura y empieza a llamar a los usuarios.
Antes que el bus tome la Panamericana Norte, el conductor le paga USD 0,25. “A veces me dan, otras no, y en ocasiones me hacen una señal obscena o recibo insultos”, cuenta con su voz entrecortada y afónica. Cuando era joven fue conductor y ayudante de buses interprovinciales. Pero con la llegada de los años ya no le quisieron dar el empleo.
Aleaga llega todos los días a la terminal a las 07:00 y labora hasta las 18:00. Durante ese tiempo junta unos USD 5; en feriados hasta 10. Con ello paga un almuerzo de USD 1,50, el lavado de su tropa que le cobran 2 por docena, dos veces por semana. Tiene cuatro paradas de ropa y dos pares de zapatos.
Vive solo. Cuando acaba el trabajo, se dirige al centro de Ambato hasta el albergue San Vicente de Paúl, donde se pueden hospedar hasta 34 personas. En la noche suele tomar un baño.
A la hora de la comida, donada por varias instituciones, Aleaga hace la fila. En sus manos lleva el plato para recibir los alimentos y los USD 0,50 para el pago de la pensión del albergue. En esta ocasión, el menú es sopa de fideo con pollo, vaso de refresco de avena y un pan.
Culminada la cena, ingresa al dormitorio común. Solo un pasillo divide a las camas, mientras en una de las paredes una imagen de la Virgen de la Caridad vela su sueño. Redacción Sierra Centro
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