Todo lo que está alejado de la transparencia es fraudulento, independientemente de la materia que trate. El alumno que copia en los exámenes escolares comete fraude. El vendedor que disminuye el peso de la mercadería, el que vende un producto de calidad inferior al que ofrece, el que cocina con un aceite de mala calidad cuando dice que lo hace con el de oliva, el policía que recibe una coima para no sancionar la falta del conductor, el que le paga la coima, todos cometen fraude. El gobernante que no cumple sus ofertas y el candidato que ofrece lo que sabe que no puede cumplir.
Todas esas y cualquier otra que altere las normas de buena conducta que debemos observar todos palidece ante el fraude mayor que es alterar los resultados en una elección u organizarlas de tal manera que nadie creerá en ellos, que es lo que está pasando en el Ecuador este rato. A siete días de las elecciones presidenciales y de asambleístas, nada es claro ni confiable. El Consejo Nacional Electoral con el pecado mortal de haberse organizado con mayorías y minorías, repartiendo las delegaciones provinciales entre los confabulados para que se repitan los fraudulentos hechos de las últimas elecciones seccionales, en las que en provincias como Pichincha hubo una clara alteración de los resultados mediante la anulación masiva de votos. Lo que es posible porque al entregar la delegación provincial a una fuerza política –en Pichincha al correísmo- fueron sus activistas quienes organizaron, administraron y resolvieron la suerte de las elecciones seccionales del año 2019. ¿En cuantas provincias pasó lo mismo, con otros partidos? Entregadas a diferentes fuerzas, es imposible confiar en que los resultados reflejan lo que la mayoría resolvió con sus votos en las urnas. No existe el control cruzado que hacen las fuerzas contendientes, siendo así posible que el fraude se produzca. Y así se produjeron resultados inauditos, alejados de toda lógica.
Después de siete días puede pasar lo mismo. Y entonces nadie creerá que el ganador es limpio. Y su administración estará envuelta en la duda y la sospecha. Y así no tendrá el respaldo necesario en momento tan crítico como el que vivimos. Con una economía en soletas. Con el riesgo de contagio del covid 19 que persiste. Con el proceso de vacunación que no podrá atender a todos en la forma que se requiere. Con la dependencia del exterior para obtener recursos indispensables para no colapsar. Con la incertidumbre de si esa ayuda se mantiene o suspende, dados las características de los contendientes.
Esta penosa realidad se debe, principalmente, a la falta de claridad en la conducción del proceso electoral. A las componendas que desde el primer día hicieron los consejeros de la mayoría del CNE. Diana Atamaint, José Cabrera y Estela Acero, los primeros, aunque no únicos, responsables de lo que está pasando.