Marcel Mauss, considerado como el padre de la etnología francesa, decía que la donación tiene una importancia primordial en las sociedades primitivas, entre las cuales se encontraban rigurosamente establecidos los rituales que acompañaban al acto de dar a otro algo material a título gratuito. Según el famoso etnólogo, tal es el fundamento de la reciprocidad, que algunos antropólogos locales creyeron exclusiva de las sociedades andinas, aunque ha existido en todas las culturas: al fin y al cabo, el ser humano es uno y el mismo en todas partes, aunque tiene muchas maneras de realizar su humanidad.
En las sociedades actuales hay todavía leves huellas de los antiguos rituales de la donación. Lo que más ha sobrevivido al paso del tiempo es la relación que se establece entre el donante y el receptor. En efecto, si una persona regala algo a otra, sin que ningún vínculo o costumbre le obligue a hacerlo, automáticamente se ubica en una posición ventajosa frente a aquel que acepta y recibe el regalo, quien, recíprocamente, se coloca en una situación subordinada frente al donante. Por ejemplo, si un día cualquiera, alguien te hace un regalo sin que haya cumpleaños, graduación, boda, nacimiento, bautizo, ni ningún otro acontecimiento que traiga aparejada la costumbre del regalo (en otras palabras, si te hace un regalo porque sí, porque le da la gana), corres el riesgo de convertirte en deudor de ese alguien generoso. La única manera de romper esa situación y evitar que el otro tenga siempre una ventaja sobre ti consiste en hacerle también un regalo equivalente. Es obvio que este tipo de vinculación se hace más fuerte y comprometedor mientras más valioso es el objeto donado, y adquiere matices especialmente graves si lo donado es una cantidad de dinero.
Así se configura toda una ética de la donación, que arroja una nueva luz sobre ciertas ofertas de dinero que estamos oyendo por ahí. He leído comentarios que enfatizan el hecho de que, en este caso, el posible donante no sería dueño del dinero que ofrece, y que esa donación, en caso de hacerse efectiva, dejaría vacías las arcas donde se guarda el dinero donado. A tan acertadas observaciones, yo agrego ésta: aunque el discurso del supuesto donante dice que su propósito es dignificar y librar de la pobreza a los receptores del don, la realidad es otra. Dadas las circunstancias, el donante buscaría reforzar su posición, lo cual convertiría su dádiva en una verdadera compra de la adhesión de los receptores, quienes quedarán humillados y comprometidos con el donante. Lo digo con el aval de un sabio, cuya enseñanza va todavía más allá: el sentido que tiene la donación es independiente de la intención declarada por el donante y está determinado por la posibilidad de ser retribuida. Cuando no hay retribución posible, solo queda la sumisión del receptor: así ha quedado escrito en nuestra memoria más profunda desde la noche de los tiempos.