Con motivo de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos el próximo 3 de noviembre surge en ese escenario el tema de “los estados bisagras”.
Es una denominación propia del federalismo americano y de las votaciones, a través de un colegio electoral para la elección del presidente. Tratándose de una elección indirecta puede resultar una paradoja el voto real de los ciudadanos en su conjunto (previo) y el voto asignado a los estados (definitivo); por eso, el que elige al presidente de EE.UU. es el Colegio Electoral, incluso puede ser con una votación menor al ingresado en las urnas por los ciudadanos. Esta singular situación constituye una paradoja en la democracia más antigua del mundo y ha dado lugar a que los analistas políticos identifiquen con nombre propio a los estados que por extensión, densidad poblacional e historia tienen grandes votos y deciden el resultado final. Además, fluctúan su decisión entre los republicanos y demócratas, sin mantener una orientación continua en cada elección. Un ejemplo de ellos son California, Florida, Pensilvania, Ohio, Michigan, Georgia entre otros.
Esta particularidad de los comicios en EE.UU. permite usarla también para definir al Ecuador como “un Estado Bisagra” en sus relaciones con EE.UU. Un día nos alineamos y en otro nos contraponemos.
El caso ecuatoriano en su historia diplomática había tenido una situación de continuidad incluso expresada en dos hechos sobresalientes.
Ingresamos como aliados en la Segunda Guerra Mundial, aunque en la misma conferencia el país fue coaccionado a firmar el Protocolo de Río de Janeiro; luego, por razones estratégicas, el país cedió las Islas Galápagos y la Península de Santa Elena.
Sin embargo, el hecho más significativo se ha dado en las relaciones de Ecuador y EE.UU. a raíz de la irrupción del socialismo del siglo XXI en América Latina. En un primer momento, el régimen que lideró Rafael Correa siguió la línea del chavismo y el madurísmo. A continuación, como copia, el morenísmo, entregó el Ministerio de Relaciones Exteriores en manos exclusiva de esa bandera política y, en un caso extremo, soportó esa vergüenza internacional como fuel el asilo de Assange. Pero los tiempos cambiaron por las necesidades económicas y se produjo, súbitamente una nueva la alineación de la política internacional. Del socialismo en poco tiempo nos convertimos en republicanos de Trump. La bisagra a máxima intensidad.
Si se considera que la política internacional es una relación de intereses sobre cualquiera otra identidad convendría al país que gane “el salvaje” de Donald Trump a el estratega Joe Baden. Esta ubicación sería seguida por toda la extrema derecha nacional, para quienes la política no es una interrelación de la comunidad sino un acto de fe. Debe agregarse, para la percepción geopolítica global, las difíciles tensiones internacionales con Rusia y China en caso de una victoria demócrata. Lamentablemente en idioma español el tema de estado bisagra puede sonar como estado vasallo.