Bueno, al que sabemos las cosas no le salieron como esperaba. Si bien su sucesor no le inspiraba confianza, creyó dejar todo amarrado para que no se pusieran al descubierto los latrocinios y el despoje al país de él y de su banda: mayoría en el Legislativo, un Judicial cooptado, una Corte Constitucional plagada, sí, de ignorantes, pero obedientes, y un Cpccs bajo su total dominio, lo que, estaba seguro, le permitiría seguir evitando la fiscalización de sus protervos actos. Además, como segundo al mando quedaba uno de sus esbirros más aplicados. ¿Qué podía salir mal?
Pero mal paga el diablo a sus devotos y a poco de haber abandonado el país “se le viró la tortilla”. El sucesor, justificando la desconfianza que le provocaba, reveló que no es que había dejado la mesa puesta sino que se la había llevado puesta, acompañada de millones de dólares del erario nacional. Mientras, su segundón terminaba preso por corrupción y su muro de contención, el Cpccs, era arrasado mediante una consulta popular que permitió arrebatar de las garras de sus obsecuentes los organismos de control y fiscalización, lo que empezó a desvelar toda la podredumbre de su gobierno, en la que, de acuerdo con la Fiscalía y la Corte Nacional, estuvo metido hasta el cuello como el jefe de la banda.
¿Qué hacer? El Gobierno de su ex segundo se lo puso en bandeja de plata: sin la menor estrategia política y sin socialización alguna (lo que dice muy poco de la supuesta sagacidad de los “rupturitas”), eliminó los subsidios a los combustibles, lo que generó una movilización social sin precedentes que aprovechó para intentar dar un golpe de Estado. Estuvo a punto de lograrlo, pero no le alcanzó, y más bien varios de sus acólitos tuvieron que huir en desbandada a refugiarse en embajadas. Los gritos de furia deben haber sido atronadores en el ático.
La estrategia ahora es otra: volver al poder a través de las elecciones. Directamente no puede, ni aun como vicepresidente, porque así lo señala la Constitución, lo que seguro debe saber, por lo que lo más probable es que se baje del “binomio de la esperanza” (¿de la esperanza de no ir a la cárcel por corrupción?), para revelar el nombre de algún “tapado” o “tapada”. ¿Le alcanzará para regresar? Con la fragmentación que se vislumbra gracias a la irresponsabilidad de nuestros políticos, es posible.
Por eso, más allá de nuestra fallida clase política, llena de vanidades y de “predestinados”, creo que la responsabilidad de ponerle un límite a esta organización delincuencial es nuestra, de la ciudadanía, no permitiendo en las próximas elecciones que se vuelvan a hacer con el poder para esquilmarnos de nuevo los exiguos recursos y la famélica esperanza que nos quedan. Ese será el fin del que sabemos y su banda, que deberán volver, ¡sí!, pero a la cárcel.