No sé si Thich Nhat Hanh vive todavía o, si por el contrario, habrá muerto. Hace años leí algo de él que me llegó al alma, preocupado como estaba de llenar ese rincón místico que todos llevamos dentro y en el cual el encuentro interpersonal y la apertura a la trascendencia se hacen posibles. Nhat Hanh era un tipo fantástico, místico, poeta y activista, nacido en Vietnam en 1926. Apasionado pacifista, le tocó vivir contracorriente, teniendo que soportar la ocupación francesa de su tierra, el brutal régimen de Dien, la guerra americana y, entre cientos de miles, su propio exilio. Leyendo su poesía comprendías mejor el valor de la paz, de la belleza y de la compasión. Martin Luther King lo nominó para el premio Nobel de la Paz.
Pensando en él, quisiera subrayar el valor de la mística en nuestra vida cotidiana. Difícil para mí no hacerlo a la sombra del evangelio de Jesús (al que Thich admiraba profundamente). Lo cierto es que en nuestra tradición cristiana la referencia a la mística y a la espiritualidad está siempre presente y supone un fantástico contraste, iluminador y alternativo, con la prisa, el agobio y la superficialidad con la que viven muchos de nuestros coetáneos.
Meditar la Palabra de Dios durante un tiempito al día, y juzgar la propia vida delante de Él, es algo muy bueno, pero no basta. Conviene bucear en la propia alma mientras permanecemos de pie, paseando o trabajando, conversando con los amigos o contemplando la naturaleza, centrados en lo que estamos haciendo, en el minuto que estamos viviendo, dándole importancia a todo, por insignificante que parezca. Lo que estamos haciendo es, sin duda, lo más importante, sobre todo si lo hacemos con amor y con compasión: pasear y charlar con un amigo, compartir una comida, acompañar a un enfermo, dar de comer a un pobre, escuchar una sinfonía, trabajar y hacer las tareas con una buena dedicación y empeño,… son auténticas meditaciones que nos ayudan a vivir plenamente conscientes a lo largo de todo el día. Bien está que la rutina diaria esté marcado por un tiempo formal de meditación y de oración, pero no se olviden de dar importancia a todos nuestros actos, tiempos, espacios y relaciones. ¿Comprenden por qué tomar un buen café es todo un rito?
Cuando Jesús asume nuestra condición humana, historia, caminos, miserias y sueños, nos está diciendo algo fundamental: no crean que para percibir a Dios tenemos que abandonar este mundo. Si abandonamos las olas, no habrá agua alguna que percibir. Dios está en nuestros corazones las veinticuatro horas del día. Es algo que advierto cuando visito los monasterios de Riobamba: para las hermanas no hay un minuto perdido, cada tiempo y cada espacio están llenos de sentido y hasta el servicio más humilde se convierte en un latido de esperanza.
Decía Thich Nhat Hanh: “Ojalá comprendas que la plena conciencia es cuestión de vida o muerte”.