La cooperación ciudadana y el extremo cuidado personal son claves para afrontar este momento de la pandemia.
La expansión del virus ha sido calificada como oleada y como brote. La capital no rebasa las cifras de Guayaquil en su momento más complicado, pero está viviendo una tensión particular por las limitaciones en la infraestructura hospitalaria.
Por esa razón, las imágenes de salas de emergencia llenas, pasillos saturados y Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) al límite proliferan.
Es lógico que la falta de camas y UCI en hospitales públicos y la red privada también llena y con costos que la mayoría de personas no puede afrontar, alarmen en grado sumo.
Un enfermo con covid-19 en estado grave debe estar en cuidados intensivos unas tres semanas. Se están adecuando espacios pero es evidente que la rotación de pacientes es lenta.
En estos días especialmente, y a la espera de que se cumplan los pronósticos del Ministro de Salud de que la situación es temporal, las extremas precauciones son indispensables.
Evitar reuniones sociales, limitar salidas a espacios públicos, el aseo personal, el uso de mascarillas y la distancia adecuada son la diferencia entre la vida y la muerte, no necesariamente para quienes se exponen.
Para tratar de contener la expansión en Quito, el Comité de Operaciones de Emergencia trazó un plan de inmediata aplicación. Valiéndose de la información zonificada de aglomeraciones dividió los controles.
Para ello vale el ejemplo de Guayaquil, donde operó una Fuerza de Tarea. En cuatro días se evaluarán los resultados. Pero si no se agrega disciplina y sentido de corresponsabilidad social, nada se logrará.
Ante pedidos como los del Municipio de Quito, Loja, Cuenca y otras ciudades de Pichincha, no hay respuesta sobre medidas más drásticas por parte del Gobierno central.
Los días que vienen serán muy complejos, podríamos tener contagios que superen las estimaciones previsibles, entonces cabe más rigor. Este fin de semana es crucial.
Los rebrotes suceden en todo el mundo. Es la dura nueva normalidad.