La imprevisible irrupción de un virus carente de vida propia, ha conseguido estremecer el mundo, atar al sapiens y liberar a la naturaleza. Mientras aquel era confinado en sus contenedores de cemento, ladrillo y vidrio, los animales ampliaron su espacio vital en ciudades, mares y ríos. Las plantas lucían robustas, con brillantes colores. La mirada volvió a disfrutar del paisaje que bordea las ciudades, generalmente cubierto con un opaco manto. La contaminación y la basura estética en las calles, fue confinada en las pantallas. Con los “móviles” se burlaron las distancias.
Se recomendó llevar mascarilla y lavarse las manos; no las conciencias. Los centros de educación se cerraron. Los laboratorios universitarios de investigación, también. Los servicios públicos de salud no dieron abasto. Las empresas gestoras de las residencias de mayores mostraron sus deficiencias. Las funerarias no podían satisfacer la demanda. En algunos países los cadáveres eran depositados en cajas de cartón y grandes fosas comunes. A los médicos y al personal sanitario se los declaró héroes, durante dos meses se les brindó aplausos desde las ventanas y balcones. Padres e hijos volvieron a comer juntos. Los desmesurados arsenales nucleares, resultaron inútiles para atacar a un enemigo invisible, astuto y desconocido.
La pulsión a consumir fue encadenada. Se evidenció la globalización de la injusticia globalizada y de los desequilibrios sociales. El individualismo tambaleó. El amigo, el vecino, la sociedad, agrandaron su presencia, sin embargo, no consiguieron fortalecer la responsabilidad social.
El problema humano global fue convertido en un cansino problema político molesto para los ciudadanos. Luego, a semejanza de los forofos del fútbol llenos de certezas, periodistas tertulianos, famosos, en todos los medios, de pronto se convirtieron en críticos eruditos respecto del gobierno y de los expertos. Aquí, repetían, se ha prevaricado: con conocimiento de causa se autorizaron masivas manifestaciones.
Mientras tanto, en 16 ensayos escritos hasta abril, distinguidos filósofos del mundo no se ponían de acuerdo sobre el futuro. El coronavirus es la oportunidad para construir otro modelo (diferente al capitalismo) pensaba la mayoría. Para Zizek el comunismo nuevamente tenía oportunidad. Estará marcado por la diferencia, insinuaba Byung-Chul: “En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el individualismo que el egoísmo, por supuesto también muy propagado en Asia”, destacaba. Para Amalia Valcárcel, el confinamiento “ha sido un paréntesis que se abre dentro del tiempo normal (…) Toda nuestra cultura tiene origen en las pestes”
Artistas y arquitectos, se han distraído buscando la correcta adjetivación de la ciudad del confinamiento, pero no han podido escapar de la socorrida palabra latina post, usada antes. Es fácil advertir que en el futuro se camuflará el presente.