Esta fotografía, tomada en Nueva York hace un siglo, muestra uno de los operativos para eliminar cerveza. Fotos: enciclopedia británica
Son cientos y miles los mileniales que actualmente se vuelven locos por las denominadas barras sobrias, es decir, bares adonde la gente va a oír música y charlar pero sin tomar una gota de licor; los protagonistas son los cocteles sin alcohol o ‘mocktails’. La onda tiene tanta aceptación en Europa y Norteamérica, que incluso ya se propone como una idea de negocio para emprendedores.
Pero casi el mismo éxito tienen en Estados Unidos los ‘speakesies’, bares que emulan a aquellos establecimientos clandestinos que florecieron en 1920, cuando entró en vigencia la Prohibición: ley seca que proscribió la venta y consumo de bebidas alcohólicas durante más de una década. Se llamaba así porque la gente debía interactuar en voz baja, para no llamar la atención de los policías que debían llevar ante el juez a todo el que fuera descubierto produciendo, vendiendo o transportando cerveza, vino, whisky, vodka y otras bebidas.
Un ejemplo es The Mirror, en Washington, que funciona en el subsuelo de un edificio de oficinas, y su mayor atractivo es precisamente el sabor a escondido, a prohibido, a esa época de charlestón y gánsteres de los ‘locos años 20’, que hizo correr tantos ríos de tinta y cintas del celuloide. Quienes visitan estos tipos de locales relatan en redes sociales que, literalmente, los hace sentirse parte de una película como ‘Los Intocables’ o ‘Camino a la Perdición’. Llegan ahí porque alguien lo recomendó como si fuera un gran secreto, o ingresan por una puerta que está camuflada con un espejo.
En Baltimore, uno de los dos búhos que adornaba la entrada al bar del Hotel Belvedere en esa época permanece como recuerdo de los días en que los clientes observaban con atención los ojos del par de aves. Tal como reseña un reciente reporte de la agencia France Presse, “si los búhos pestañeaban, la fiesta podía comenzar: era una señal de que el bar acababa de recibir un nuevo lote de licor ilegal, no había policías cerca y los clientes sedientos podían tomar un trago”.
Y al revisar registros históricos de hace diez décadas junto con reportajes realizados hace máximo dos años, resulta increíble cómo la historia sigue demostrando su vocación circular. Así como los bares donde no se bebe licores son, entre otras cosas, una respuesta a los clamores por los altos índices de violencia de género: una de las justificaciones para la 18ª enmienda de la Constitución estadounidense fue el aumento de las denuncias de maltrato dentro de los hogares. Grupos religiosos empezaban a vislumbrar cárceles vacías y un paraíso de felicidad luego de que se desterrara para siempre al demoníaco licor.
El historiador Michael Walsh prefiere la prudencia en el balance. Según su análisis, la Prohibición fue el producto de una serie de luchas que tocaban de cerca “religión, política, género, etnicidad y raza” de la sociedad estadounidense, que se sumó al alcoholismo endémico de la época.
Y si bien no fue del todo un fracaso, porque sí se produjo un declive en las tasas de divorcios, los casos de cirrosis y las admisiones en los hospitales psiquiátricos, floreció un mercado negro que fue terreno fértil para el crimen organizado. Estos millonarios negocios por debajo de la mesa dieron el estatus de leyenda a figuras como Al Capone, porque como sucedió desde épocas de la Biblia, lo prohibido se volvió más atractivo.
La necesidad económica generada por la Gran Depresión de 1929 se sobrepuso a las intenciones de pacificar al país del Tío Sam a través de la sobriedad. Por eso la Prohibición se convirtió en 1933 en la única enmienda constitucional en abolirse, en vista de todo el dinero que estaban perdiendo las arcas estatales por concepto de impuestos y la necesidad de crear más empresas y puestos de trabajo.
Sin embargo, los ‘condados secos’ y ‘ciudades secas’ se cuentan por cientos en nuestros días en esa nación. Proliferan sobre todo en los estados religiosos del llamado ‘Bible Belt’ (‘Cinturón de la Biblia’) como Kentucky o Arkansas. En esos lugares subsiste la restricción a la venta de licor, con la misma fuerza callada del Ku Klux Klan, que tanto en ese entonces como ahora ha soñado con una limpieza racial.
Hoy se consume mucho más alcohol que los años anteriores a la Prohibición, y la gente busca otro tipo de drogas bajo la misma sombra de debate respecto de si la mejor forma de erradicarlas de la sociedad es proscribirlas. El año pasado la justicia estadounidense condenó a cadena perpetua a ‘El Chapo’ Guzmán, un gánster de nuestros días que también construyó su fortuna a base de la enorme demanda por eso que está prohibido, e igualmente ha sido inmortalizado en canciones y hasta en una serie de su vida, en Netflix.
La legalización del uso de la marihuana en varios países, tanto medicinal como recreativo, parece inclinar la balanza a favor de los que defienden la idea de que cruzadas como la Prohibición de 1920 tienen un efecto contrario al que se busca. Pero, en cuanto a la bebida, las cifras de EE.UU. indican que el promedio de consumo es de 8,7 litros por persona, contra 7,5 de hace 100 años.