¿Les gusta la ciudad hirviendo? ¿Les parece rica la vida en el microondas? ¿Ya están cocinados, o quieren más?
Quien mejor lo puso es Salvatore Delpi, el conductor del genial programa radial “La mantequilla de tu canguil”. El punto de la radicación ya pasó – de largo – los niveles aceptables, mucho menos ordinarios. Ya no podemos decir que hay gran cantidad de radiación en la ciudad. “Hay un poco de ciudad en tu radiación.” Tal cual.
No es una cuestión de ser pesimistas u optimistas, hay que ser realistas. Estos días de microondas – tan excepcionales hasta ahora – no son un suceso que no se va a repetir. Poco a poco va ser el nuevo normal. Año a año, los días normales, el frío quiteño, se irá reemplazando por la radiación. Hasta que algún momento el hielo del Cotopaxi y del Chimborazo – ya ahora devastadoramente reducido – termine de desaparecer.
Que ironías tan tremendas. Nuestro territorio es uno de los más biodiversos del mundo. Pero justamente es aquí donde está la población más densa de América. Somos el país con mayor número de habitantes por kilómetro cuadrado. Pero nuestra densidad es aún más crítica, porque si se toma en cuenta la Amazonía y los Andes, la concentración en las zonas pobladas es aun más intensa. Con ese número de humanos, es fácil de entender el ritmo al que se degrada nuestra atmósfera, y nuestra naturaleza.
Por suerte se trata de una población súper correcta, con altísimos índices de desarrollo institucional, con un presupuesto estatal generoso para cuidar el medio ambiente. Chiste, chiste. Justamente los chinos de Sudamérica – es decir los ecuatorianos – son mega corruptos. Y están dispuestos a devastar sus recursos naturales para suplir los huecos fiscales que dejaron los ladrones. No nos dio la gana de recuperar nada. Entonces el país hizo un negociazo, enriquecimos un puñado de personas sin ética y sin méritos, a cambio de nuestros páramos. Tanto nos importa el bolsillo de los corruptos, que incluso llegamos a romper la ley para no tener que cumplir con la consulta de Yasunidos.
Vamos al camino de la minería con bombos y platillos, como celebrándolo; yo voy cabizbajo, con la moral por los suelos, y la cara quemada porque salí el otro día a la calle. Y esa indignación que tan bien la dirigimos a los poderes públicos, a los otros y los demás, empecémosla a apuntar a nosotros mismos. Porque sé que luego de leer este periódico muchos se dolerán y – haciendo un gran ejercicio de incoherencia – lo botarán a la basura sin pensar en reciclar.
Quien no apoye en el cuidado de los bosques, quien no recicle, quien no cuide el medio ambiente, no tiene derecho a indignarse.
Y nosotros, los que sí lo hacemos, a comer cemento, mejor dicho, a bañarnos en radiación.