Las listas abiertas (panachage), instituidas en la Consulta Popular de 1997, convirtieron a los partidos políticos en un mero recipiente de candidaturas, favoreciendo lo que siempre se quiso evitar desde el regreso a la democracia: la personalización de la política. Una consulta parcial y mal formulada, según expertos como Flavia Freidenberg y Simón Pachano, terminó instituyendo un modelo en el cual la suma de los votos de cada partido, tuvo efectos más procedimentales que sustantivos (determinación del fondo partidario y cálculo de la proporción alcanzada por cada lista).
En este sentido, uno de los elementos que contribuyó a la erosión del régimen de partidos y que no fue corregido ni por la Constitución de 2008, ni por el Código de la Democracia de 2009, fue la combinación indiscriminada de listas abiertas y voto personalizado múltiple, bajo el falso argumento de mejorar la representación. Las consecuencias fueron nefastas para un sistema valorado como uno de los menos institucionalizados en América Latina: conflicto intrapartidario, cortapisa en el despliegue de la paridad, serias complicaciones en el proceso de escrutinio y, sobre todo, un funcionamiento partidario que priorizó a las personalidades y al marketing, por sobre las propuestas programáticas. Las listas cerradas son un paso para el fortalecimiento de los partidos políticos. El reto ahora es mejorar los mecanismos de democracia interna.