El país quedó exhausto. Las marchas, violencia de intensidad insospechada, destrucción, vandalismo y actos terroristas dejaron secuelas.
Para los especialistas era sano liberar el precio de los combustibles. Subsidiar el contrabando y al narcotráfico con dinero de todos los ecuatorianos no es aceptable.
Pero la protesta de los choferes -que se superaba con un ajuste razonable de tarifas- fue seguida por la marcha indígena, el bloqueo y la astucia de la acción violenta planeada al detalle por quienes luego se develaron como golpistas y conspiradores. Entonces a las expresiones de protesta entendibles se sumaron rasgos de salvaje destrucción a cargo de los enemigos del país.
No parece lógico que durante el largo camino del Diálogo y el Acuerdo Nacional ni el Gobierno ni la famosa ‘inteligencia’ hayan detectado atisbo alguno de descontento. Peor aún el riego de que se transforme en acciones de tal violencia que hicieron peligrar la estabilidad del Gobierno. A tiempo se debió pulsar y adoptar medias compensatorias que ahora afloran en el esfuerzo que anunció el Presidente para reactivar al agro y determinar el nivel de consumo de gasolina extra en camionetas y motos y un sistema de compensación.
Durante la protesta, el estado de excepción y los días de temor y violencia se notó una ausencia de liderazgo preocupante, una enfermedad que va in crescendo en la clase política nacional en varios ámbitos.
Para el Gobierno, que pasó no sin ver hacer agua el barco, los rigores de la tormenta, el factor gobernabilidad no es cosa fácil, se requiere paciencia e imaginación para llevar la nave en medio de la calma chicha.
Es un gobierno frágil y los enemigos de la democracia y los partidarios del totalitarismo y la impunidad se frotaron las manos.
Es verdad que en la Asamblea Nacional el mapa no es alentador. La dispersión, los pescadores a río revuelto, que lanzaron sus redes en plena tormenta, dejaron ver sus afilados dientes de tiburón haciendo cálculos de la carnada de un eventual caída del Gobierno y un vacío de poder.
La dispersión y la mediocridad, con honrosas excepciones, impidieron que la conspiración escale pero impiden hoy que las reformas sean debatidas sin atravesar de por medio el cálculo y las prisas, que no son buenas ni garantizan el mejor escenario para las reformas, a más de varios temas extensos y hasta confusos del proyecto.
A la gobernabilidad frágil, a la complejidad de tener votos para la reforma, se suman otros aspectos preocupantes.
El incendio en la Contraloría merece toda la atención del poder judicial y toda la importancia que supone que el terrorismo se haya ensañado en los expedientes que revelaban -ahora, acaso, volátiles como las cenizas- la magnitud de la corrupción campeante durante muchos años.
Otra tarea grande es para la Fiscalía General y los jueces que deben actuar con sutileza, sin dejar que se atienda al debido proceso, pero evidenciando convicción contra la impunidad. Más calma chicha.