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¿Por qué la protesta? La historia enseña que la gente se levanta cuando ve afectadas sus condiciones de vida. Las medidas que golpean el bolsillo, son el detonante: alza de precios, impuestos, etc. Pero tras ellas están otras inconformidades e iras contenidas.
Cuando la gente está harta de contextos injustos, excluyentes, autoritarios o corruptos, se moviliza por libertad, democracia, inclusión y ética. Si tiene conducción política plantea propuestas, sin ella la protesta se transforma en tumulto violento, en acción irracional. La protesta tiene menos o más intensidad en directa relación a la mayor o menor capacidad de diálogo de las partes. Mientras más fluido es el contacto, el conflicto no escala, se resuelve en el diálogo. Si no, se desata la violencia, cárcel y muerte, azuzadas por los violentos de lado y lado.
La reciente protesta y el tumulto pudieron ser evitadas si las medidas eran explicadas y consensuadas a tiempo, costoso hecho que hará reflexionar al FMI y al equipo gubernamental responsables de la decisión. Antes y en medio del conflicto, nadie se percató del lacerante efecto de las medidas en los millones de pobres. El escaso conocimiento del país profundo, de parte de todos los actores en juego, más sus intereses e improvisaciones, se tradujo en que, en su momento y en cada caso, el proceso se les fuera de las manos.
Gobierno, empresarios, indígenas, “analistas”, sindicalistas, medios, líderes políticos, FF.AA., policía, fueron rebasados. Incluso el correísmo, preparado para pescar a río revuelto, no pudo con el terremoto social.
La debilidad de canales de comunicación entre las partes, condujo a que la política, como espacio de resolución de conflictos y arteria de enlace entre sociedad y estado, desaparezca, y que la manipulación y el despelote generen miedo y bronca colectivos, amplificados por memes, ‘influencers’, pandillas, lumpen y grupos extremistas.
El estallido social destapó el carácter integral de la crisis: carencia de propuestas económicas estructurales y de bajo impacto en los pobres, mayor fractura de la sociedad por el virulento rebrote del racismo que llamaba a dar bala a los indígenas, clasismo y odio a los pobres y a los ricos; así como, la ausencia de la representación política, que no entendió ni canalizó, los efectos de las medidas, no solo en los pueblos originarios, sino en otros sectores, como los más de medio millón de jóvenes, que ni estudian ni trabajan, que perdieron fe en el futuro, en el país y en todo, y que frente a ninguna salida, algunos, expresaron su bronca y frustración a través del tumulto y que explica, en nuestro caso, el aparecimiento del fenómeno presentado por película Guasón, que también en estos días se expresó en Chile. Al final, con las uñas, se dialogó. Pero algunos no entienden la fragilidad del momento ni la dimensión de la crisis.