Las duras jornadas de 12 días de paros, marchas, manifestaciones y agitación dejan al país fragmentado y herido. Es una derrota colectiva, más allá de las percepciones y las victorias cantadas u ocultas, de unos y otros actores.
La traición a la democracia de grupos que evidentemente trataron de gestar las condiciones -o ‘crear’ las coincidencias- para derrocar al Régimen a esta hora no resiste pretextos ni encubrimiento alguno.
La crisis tiene padrinos, gestores, cómplices y encubridores. Además, tiene múltiples víctimas dispersas en el país entero y en todo el tejido social y productivo.
Primero, lo primero: la pérdida de 8 vidas durante las manifestaciones y protestas es un precio demasiado alto y una triste conjura de situaciones y violencia sin control.
Las heridas de los alzados, y las fuerzas del orden son factor de honda pena. Nos preocupan, nos deben preocupar, los derechos humanos de todos. Los heridos graves: soldados y policías atacados y humillados, los manifestantes reprimidos con más violencia de aquella que supone el uso progresivo de la fuerza. Los periodistas.
Pero los choferes también dañaron propiedad pública y privada. El asfalto, que es de todos, los autos apedreados y los autobuses y taxis que quisieron trabajar fueron atacados por los que bloqueaban las vías.
La protesta indígena destruyó plantaciones, en algunos casos se ha denunciado que muchos campesinos fueron obligados a dejar su trabajo y sumarse a la turba.
Se atentó la producción del agro. Leche tirada al río, alimentos podridos, flores que se estropearon, instalaciones agroindustriales atacadas con vandalismo y millones perdidos. Menos trabajo para la gente cuando la demanda social es más trabajo. El desempleo creció en un año al 4,9%.
Las medidas indispensables para evitar subsidios injustos, al parecer no supieron calibrar las consecuencias del descontento social, indígena, popular y el ingrediente de vándalos nacionales y activistas extranjeros curtidos y con táctica, escudos y bazookas caseros; preparados y bien pagados. Los infiltrados hicieron su parte y valcanizaron la protesta hacia el lado más brutal.
Falló la inteligencia. Las fuerzas del orden no lo supieron detectar a tiempo, cierto es.
Un estado de excepción gelatinoso no pudo contener las hordas violentas ni las marchas. La dirigencia indígena tradicional salió tarde, los nuevos son radicales.
La Asamblea calló. No pudo reunirse como muestra de impotencia. Aunque se dice que no se la quiso convertir en el teatro de la conspiración para tumbar a Lenín.
La clase política en su conjunto es otra gran derrotada. Quito vio su centro Histórico atacado y la destrucción mostró una ausencia de liderazgo imperdonable. Hay que formar nuevos líderes para Quito.
Y los prófugos, encausados, conspiradores, que intentaron imponer un gobierno autoritario perforando al país, de momento parecen algunos de los tantos derrotados. Pero lograron profundizar la grieta, dividir y polarizar. La historia no los absolverá.