¿Es posible que las mejores decisiones puedan alcanzarse a través del debate? Depende. Si el debate se produce en una comunidad científica, la probabilidad de que lo haga se sitúa entre el 90 y el 100 por ciento porque el objetivo es la verdad y nadie tiene ningún interés personal en ella. Si se produce en el órgano legislativo de un país cualquiera, depende. En este caso el objetivo no es la verdad, sino el triunfo sobre el contrario. Puesto que Inglaterra es madre y maestra del parlamentarismo, las probabilidades de llegar a las mejores decisiones a través del debate podrían situarse entre el 40 y el 50 por ciento si el órgano legislativo se parece al parlamento inglés, e irá descendiendo a medida que se separe de él, hasta llegar a cero si llega a parecerse a la antigua Duma soviética, donde todos los diputados alzaban la mano para aprobar todas las propuestas del secretario general del PCUS.
Nuestra Asamblea legislativa se parecía a la Duma en el régimen anterior: todos los diputados apretaban el botón verde ante todas las propuestas que venían del pequeño zar de Carondelet. Actualmente se ha alejado del modelo Duma y pretende parecerse al modelo inglés, pero todavía se encuentra muy, pero muy lejos. ¿Qué le falta para llegar? Muchas cosas, todas difíciles. Le falta la disciplina, incluida la puntualidad; el respeto a todos, incluyendo a los contrarios; el conocimiento suficiente sobre la naturaleza del estado y la sociedad civil; la competencia para tratar una diversidad de materias, sin llegar al nivel del especialista, pero lo más cercano a la idea que tenemos de una “persona culta”; la adhesión irrestricta a la verdad; la reforma de su propia ley y de sus reglamentos, y otras muchas virtudes.
Hay que añadir que a nuestra Asamblea le falta, y mucho, el hábito de razonar. En los debates que se escuchan en su seno, lo más frecuente es que los discursos sean muy hueros y que se pronuncien a gritos: mientras más grita un asambleísta, menos razones tiene, pero más probabilidades de agradar a la barra. También se escucha una lista de enunciados sin relación lógica entre sí, pero con mucho maltrato a la gramática, aunque más o menos “adornada”, según las cualidades oratorias de quien habla. Solo por excepción se escucha una argumentación ordenada que arribe a una conclusión, y es impensable que las buenas razones sean aceptadas por los contrarios: el interés y las pasiones pesan más que la lógica.
También en esto la Asamblea es un espejo de un país cuya sociedad está siempre más cerca de la pasión que del pensamiento, y conserva modelos educativos que no enseñan a pensar, sino a obedecer. No obstante, la tarea de hacer leyes exige pensar. Y pensar en serio. ¿Cuál será la suerte de las reformas constitucionales, laborales, tributarias y electorales que se avecinan? Lo más probable es que respondan menos a la razón que a la presión de los intereses sectoriales. ¿Cuál de ellos será el más fuerte?
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