Una vez más la percepción de inseguridad es apabullante en el país. Una vez más se acude a la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles.
Pero hagamos un recuento reciente. Crecen los asaltos violentos y aquellos que dejan un reguero de sangre. Muchos robos se perpetran con armas blancas. Los delincuentes no se detienen y apuñalan a sus víctimas sin más.
Hay otros crímenes que los primeros partes policiales atribuyen a ‘ajuste de cuentas’ entre delincuentes o bandas, así.
Esta semana volvieron las muertes violentas en alguna de las cárceles y las riñas sangrientas entre bandas que allí anidan y operan desde el cautiverio, tal y como lo demostró una reciente publicación de este Diario.
La amenaza de una colocación de un artefacto explosivo en el cuerpo de dos personas para asaltar una sucursal bancaria en Naranjal y el asalto a una iglesia en Yaguachi en pleno oficio religioso muestran algunos tantos de los episodios que alarman a la ciudadanía.
Una vez más las autoridades arremeten contra algunos jueces que dejan en libertad a presuntos delincuentes de modo despreocupado, preocupante y hasta sospechoso. La seguridad es tarea de todos, desde luego.
Hace pocos días la conmovedora escena de un barrio de Quito, La Vicentina organizó una nutrida marcha, fue un clamor por acciones oportunas y eficaces tras la muerte de un anciano.
La finalización del estado de excepción en las minas de Buenos Aires prende otras alertas. Allí operaron mafias conexas con lavado de activos, narcotráfico, trata de personas y prostitución, todas conectadas con la minería ilegal.
La decisión de una facción narcoguerrillera de volver a las armas en Colombia debe encender alarmas en nuestra frontera norte.
De momento los soldados patrullan las calles en busca de armas, eso tiene efecto disuasivo, pero no olvidemos que su tarea principal es preservar la soberanía nacional y la integridad territorial.