Al aprobarse la dolarización, el Ecuador dejó de tener al prestamista de última instancia que regula los ciclos económicos y enfrenta emergencias. El Banco Central dejó de ser emisor y pasó a administrar las reservas internacionales, con reglas precisas que aseguraban la existencia de las divisas necesarias para cubrir muy limitadas emergencias, pero sin ninguna capacidad de gestión en la regulación de los ciclos económicos.
Cuando se compara la situación nacional con países que tienen modelos parecidos y se cita a Grecia, se tiende a homogeneizar las características del problema a pesar de las notables diferencias. Sólo miremos la diferente estructura institucional monetaria en los dos casos. El euro es una moneda a la cual los griegos no la controlan ni influyen (coinciden los casos), pero dispone de un banco central que si tiene capacidad emisora (el Ecuador no lo tiene) y mantiene la función de prestamista de última instancia que sirvió para apuntalar a los bancos griegos cuando sus clientes retiraron sus depósitos ante la profunda incertidumbre.
Fueron cientos de miles de millones de dólares que el Banco Central europeo les prestó a esos bancos con el respaldo de sus carteras y evitó la catástrofe de su quiebra.
En el caso del Ecuador, ese apoyo no existe, pero se puede crear (tomará eso sí algún tiempo) con una política firme de capitalización de las reservas internacionales del Banco Central, más allá de la recuperación de la cobertura del 100% de los pasivos que tiene con el sector público y el sistema financiero.
Se trata de introducir, en las reformas que se discuten, una norma legal que no se quede en la restitución del 100% de las reservas (que incluso al inicio de la dolarización no se llegó a completarlas, pero faltó muy poco), sino en llevarlas al 300% (si se quiere más) de esos pasivos (19 000 millones de dólares adicionales) para disponer de un fondo que pueda servir para tomar medidas contra cíclicas en momentos de contracción monetaria, eso sí, sin financiar ni los déficits públicos ni convertirse en una ventanilla rutinaria del sistema financiero.
Esto se consigue con la recapitalización del Central; para conseguirla deberá prohibirse el reparto de utilidades al gobierno hasta conseguir esta meta, a lo cual deberá sumarse los aportes necesarios del mismo gobierno provenientes de una política con superávit fiscal. Los beneficios son múltiples: la economía tendrá más liquidez para prestar (produce mayor crecimiento); hay un fondo que no afecta las reservas del gobierno y el sistema financiero para enfrentar emergencias; se recupera un instrumento contra cíclico; mejora la confianza pues hay más seguridad. En fin, los beneficios son indiscutibles, pero el Banco Central debe ser independiente para asegurar que lo que le hicieron no se repita.