“Al fin de la batalla/ y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre/ y le dijo:: “¡No mueras, te amo tanto!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:/ “¡No nos dejes! ¡Valor!/ ¡Vuelve a la vida!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,/ clamando “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,/ con un ruego común: “¡Quédate, hermano!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra/ le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente,/ abrazó al primer hombre;/ echóse a andar… (César Vallejo, “Masa”).
Estos hombres (seres animados, varones, mujeres) reciben el nombre de Humanidad con dos significados. 1: “Conjunto de todos los seres humanos” y 2: “Capacidad para sentir afecto, comprensión o solidaridad hacia las demás personas”. En otras palabras: “Género humano, especie humana. 2. “Benignidad, benevolencia, compasión, piedad, misericordia, caridad, filantropía, como leemos en Google. Cuando termino de escribir y copiar este párrafo, tomo un vaso de agua, esperando no haber incurrido en machismo. ¡Bendiciones!
Ahora bien, lo dicho en 1., en cuanto la gente se junta para protegerse, se llama ciudadanía. Y en cuanto la gente vive con las cualidades enumeradas en 2., se siente feliz. El 1. es el Hombre Político, el 2. es el Hombre Moral. Juntos forman el Hombre Solidario. Y llegada la plenitud de los siglos, los ciudadanos imaginaron el Estado, lo concibieron, lo bautizaron con varios nombres, le dieron primera comunión, escuela, colegio, universidad, posgrado y título de PhD o filósofo del poder del pueblo. Los funcionarios del poder del Estado o protegen la felicidad del pueblo o son unas culebras venenosas a las que se debe cortar la cabeza a tiempo. ¡Viva la guillotina!
La ciudadanía para ser fiel a sus poderosas raíces profundas y firmes debe convencerse de su misión en la historia de la civilización. La primera raíz es la solidaridad; la segunda, la furia. Si ve un pueblo famélico, cada ciudadano tiene la obligación de ejercer su solidaridad y de encenderse en furia contra las personas causantes de este mal. Debe exigir en grupo que se les apliquen, proporcionalmente, los castigos más severos.
Hay que hacer caminar al muerto. Todo lo demás viene a ser secundario. ¿Pendejear toda la vida? Jamás. No somos burros ni mariposas. Salvado el muerto hay que volverlo fuerte, hermoso, seguro de sí mismo. De esta suerte estará preparado para un dictador firme e ilustrado y luego para unos Estados Unidos de América del Sur de habla española. El mundo va cambiando tanto y tenemos ojos en la cara. “Ojos que a la luz se abrieron un día/ para, después, ciegos/ tornar a la tierra,/ hartos de mirar sin ver!” (Antonio Machado)