En este mes de agosto, aquel de las soñadas vacaciones de antaño, para superar el tedio, fatigado de que la política me amargue la sopa, he resuelto soñar. “Soñemos, alma, soñemos”. Con estas palabras se ponía a escribir sus ‘Episodios Nacionales’ Don Benito Pérez Galdós. La historia novelada de España, desde Trafalgar en adelante.
Se ha dicho no sin razón que a tal género literario, cuando hay cultores de la talla de Pérez Galdós o Henry Troyat, se le debe una aproximación más humana y más cierta de los hechos históricos.
En la historiografía ecuatoriana no he dado con una historia novelada o una novela histórica que me haya conducido a iluminar hechos que a mi juicio carecían de sustento, pese a que constaban en los Textos de Historia. Uno de ellos, la etapa prehispánica del Austro ecuatoriano. Menos mal que aparecieron los estudios luminosos de Juan Cordero Iñiguez.
¿Soñemos? El Inca Tupac Yupanqui, Señor del Tahuantinsuyo, llegó en sus conquistas hasta Tomebamba, centro de la nación Cañari. Quedó fascinado: sus verdes prados, sus ríos apacibles, el clima benigno. Todo tan distinto a la austera naturaleza que rodeaba el Cusco, esa capital del Imperio, tan distante. Lo que más le sorprendió, el talante de sus gentes: no habían ofrecido resistencia bélica pero se presentaban con una enorme dignidad. Así se inició el respeto mutuo.
Contrariamente a lo que era usual, el Inca respetó la vigencia de la lengua cañari. Los adelantos que traía el conquistador cusqueño fueron asimilados con provecho por los cañaris. Los cultivos mejoraron. Las llamingas, las llamas traídas por el Inca, en los páramos del Azuay encontraron pastos propicios y en poco tiempo ya se veían rebaños que fueron creciendo y creciendo.
También los cusqueños aprendieron de los magníficos orfebres cañaris. Con la lana de las alpacas, las bayetas y prendas de vestir elaboradas por los artesanos cañaris no podían ser mejores.
Época de prosperidad. Al pueblo cañari le animaba “una razón de Estado”: mantener su identidad. Con los poderosos Incas lo lograron a punta de inteligencia y dignidad.
Desde Tomebamba, tan distante del Cusco, el centro administrativo del Imperio tahuantinsuyano, qué difícil mantener su cohesión, sus leyes, sus estructuras. Fue un desafío para Tupac Yupanqui, gobernante pragmático. Se imponía crear un centro político y administrativo en el Norte, en Tomebamba. La Tomebamba Imperial, y con el concurso invalorable del pueblo cañari y con la circunstancia en que su primogénito Huayna Capac había nacido allí. Manos a la obra: cusqueños y cañaris. La Tomebamba Imperial fue insinuándose como una realidad espléndida. Cuando Tupac Yupanqui falleció le sucedió como Señor de un inmenso espacio geográfico Huayna Capac: en sus manos la empresa iniciada por su progenitor.